V (the end)

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Me siento como un girasol dando vueltas mientras me sonrojo,

al no saber como puedo llegar hacia tu corazón,

me siento como un girasol que sigue la luz de tus ojos,

día tras días hasta que un día pierda la razón.

¿Como es posible que no te has dado cuenta que eres mi sol?

La luz de mis días, el motivo por el cual sonreír cada amanecer.

(Cristian Gramajo)

Su cabello era peinado y podía sentir las suaves cerdas sobre su cabeza, los nervios se iban dispersando con cada caricia. Suspiró con una sonrisa mientras veía a su madre que casi lloraba al peinarla.

Hoy era el día, hoy era el día que tanto se planteó en su mente, se sentía aliviada.

Aunque el miedo llegó varias veces porque lo aceptaba; Inojin a veces era un completo insolente y hacía lo que quería.. En las misiones siempre llegaba herido, aunque fueran exitosas, ni los regaños de Himawari podían hacerle recapacitar y dejar de arriesgarse, el miedo que emanaba de ella era perdelo en alguna de tantas misiones, pero eso nunca pasó y se lo agradeció. Ahora estaba a punto de casarse con él, no tenía razón para tener esos pensamientos.

—¿Cuándo fue que tu cabello creció?— preguntó Hinata con nostalgia.

—No digas esas cosas— murmuró con la cabeza abajo tratando de no arruinar el peinado.

Hinata rió con diversión.

Para finalizar salió al jardin, Himawari la miró extrañada. Hinata entre tantas flores escogió una que le pareció la perfecta para esa ocasión. No era primavera para buscar la flor que ella misma usó en su boda, pero no negaba que en invierno también existían flores adecuadas para rodo. La cortó con cuidado, se levantó y de nuevo se dirigió al lado de Himawari. Ésta se quedó quieta al sentir las suaves manos de su madre poniendo en su cabello con suavidad y sin causarle daño a la flor. Hinata la miró con ternura y algunas lágrimas salieron, se acercó a ella y depositó un beso en su frente.

—Mi grirasol ha sido arrancado de mi jardín— le susurró en su oido.

Himawari comenzó a llorar abrazada de su madre, amaba a Inojin, lo amaba tanto que se casaría con él, pero todavía le costaba aceptar el hecho de que dejaría el regazo de su madre, el cual la consoló y la escuchó llorar sin quejarse. Donde podía quedarse solo para sentir su calidez.

Definitivamente iba a extrañarla, iba a extrañar aquellas suaves manos que la cuidaron siempre que enfermaba, iba a extrañar mirarla dormida a su lado cada vez que se quedaba en vela para cuidarla. Sin embargo bien sabía que siempre iba a estar para ella, que podía llegar y hablarle como siempre, porque eso era su madre; era el campo quien la hizo florecer en su jardin.

—Prometeme que estarás aquí— rogó una última vez.

—Siempre estaré contigo— respondió con dulzura, dandole de nuevo un beso en su mejilla—, estás lista, mira.

Al voltear al espejo pudo ver una hermosa camelia roja en el lado derecho de su cabeza. Esa flor parecía susurrarle tengo amor y esperanza en ti y es precisamente lo que significaba. Limpió sus lágrimas y sonrió, hoy era su día, de despedidas y bienvenidas, pero era solo suyo.

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