꧁ Reminiscencia ꧂

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Reminiscencia: Recuerdo impreciso de un hecho o una imagen del pasado que viene a la memoria.

Número de palabras: 999

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Crowley no era perfecto. Pero se esforzaba por serlo.

La perfección en un demonio no era necesaria, después de todo, los caídos eran seres que renunciaron a la perfección y rectitud del cielo por deseos de autonomía y rebeldía.

Pero Crowley, muy en lo profundo de su ser, siempre se esforzaba por alcanzar la perfección. Nunca lo admitiría, simplemente porque no entendía de donde provenía aquella pequeña obsesión, pero siempre, detrás de cada una de sus acciones, se ocultaba el intento de llegar a ser perfecto y no cometer ninguna falla. Aunque no siempre lo lograra.

A Crowley no le gustaban sus pecas. Odiaba esas pequeñas manchitas que se formaban en sus mejillas. Esas pequeñas imperfecciones que eran ligeramente más oscuras que su piel blanca y se empeñaba tanto en ocultar. Porque eso significaría que ni siquiera el demonio Crowley era indemne de la imperfección.

Así es como, toda su eternidad, desde su caída hasta el día de hoy, se había empeñado en ocultar aquellas manchas que para él era signo de vergüenza, con milagros, o en formas más mundanas como lo era el maquillaje.

Y más se esforzaba en ocultarlas de Aziraphale, por alguna razón, no resistiría que su ángel viera en él lo que consideraba su mayor desperfecto, más allá de sus ojos o su condición demoníaca.

Lo que Crowley no sabía, o al menos se había obstinado a ignorar, era que tarde o tempranos las cicatrices son descubiertas, cuando menos de te lo esperas. Y, ¡Oh! Tanto esfuerzo por ocultarlas queda en vano por su propio maldito error.

Porque Crowley dormía sin camiseta, sin importar si era verano o invierno. No importaba que tan cansado estuviese, jamás utilizaba una camiseta a la hora de dormir. Y Aziraphale no tenía ninguna queja al respecto.

Pero una noche, mientras ambos compartían cama, Aziraphale logra dilucidar lo que eran pequeñas motas de polvo, hasta que al ver con mayor cuidado se dio cuenta que era un montón de pequeñas pecas desperdigadas a lo largo de su piel, creado pequeñas constelaciones.

—Tienes pecas —murmura con asombro sin atreverse a tocarlas.

Crowley solo aprieta los labios con molestia, como si ese hecho fuera de absoluto desagrado para él, y eso sorprende a Aziraphale, porque cuando se trata de alabarse a uno mismo, Crowley era el primero en aclamar su atractivo en nombre de la vanidad.

—Querido... —y extiende su mano, tratando de tocar una de las diminutas manchas que parecían espolvorear la desnuda piel del demonio, pero este se aparta como si su toque quemara. — Crowley... —le reprende con severidad, pero al mismo tiempo curiosidad y preocupación por su comportamiento.

—Ángel... —musita como disculpa sintiéndose un niño regañado por su madre. —Son horribles. —responde vagamente, pero Aziraphale sabe a qué se refiere.

—Crowley —expresa Aziraphale, y ríe con incredulidad porque no puede creer que considerara sus pecas un defecto cuando para él no hacían más que aumentar su atractivo, y eso ya era un decir, porque el demonio ya era lo bastante apuesto ante sus ojos.

—Por favor, no te rías, ángel —responde dolido Crowley ante las risas de su ángel —Son como cicatrices para mí.

Y sí que lo era. Las manchas en su piel no eran pecas como tal, sino polvo, polvo de estrellas, que quedaba impregnada en su piel cuando creaba estrellas, allá en un pasado lejano cuando se hacía llamar Raphael y era un arcángel, uno de los más importantes.

Esos recuerdos salían a la luz cuando la reminiscencia se mezcla con la melancolía y da lugar a las más dolorosas regresiones sobre su pasado, cuando rememora vagamente su antigua vida como un arcángel, creador de estrellas y galaxias.

Unos de los múltiples castigos que recibió cuando cayó, además de la pérdida paulatina de algunos de sus recuerdos y ver sus dorados ojos convirtiéndose en aquella ambarina y serpentina mirada, fue que el polvo esplendoroso que se esparcía por su ser se quemara cuando cayera, impregnándose a su piel con gran ardor hasta que finalmente se fusionaron hasta ser solo manchas oscuras que le recordaban con gran dolor que algo que amaba se convirtió en marca de su pena y condena.

—Es como ver toda una galaxia sobre tu piel —señala Aziraphale despertándolo de sus cavilaciones, mientras admira las pequeñas manchas que adornan su dermis. Pasa sus manos sobre las pecas, como si no creyera que estas fueran reales, y por primera vez, Crowley se permite relajarse mientras siente el toque del ángel pasar por todos los lugares imaginables de su piel.

Y ahí es cuando Aziraphale Z. Fell estaba endemoniada y completamente enamorado de las manchas que adornaban el cuerpo de Anthony J. Crowley, que pasaban tanto en su rostro como en sus brazos y piernas, sin contar las otras que quien sabía en qué otras de parte de su cuerpo se encontraban.

De arriba a abajo, de un lado a otro, de la cara a su codo.

¿Cómo era posible? ¿Cómo era posible que Crowley fuera todavía más bello? ¿Cómo podían las manchas en su piel volverlo un adonis antes los ojos del mundo? Y más importante aún, ¿Por qué Crowley se empeñaría a ocultarlas de ojos ajenos?

—Esto es hermoso —dice como si de la verdad absoluta se tratase, y es que, para él, así es.

—Ángel —trata de protestar Crowley y Aziraphale lo calla con un beso, pero no uno en los labios, sino sobre la piel desnuda del demonio, tratándolo con la veneración que ningún demonio creería merecer.

—Dicen que las pecas son besos de ángeles... —murmura contra su piel y ese argumento le basta al demonio para acallar sus protestas y seguir sintiendo como el ángel dejaba un camino de besos por toda su piel.

—Oh, entonces —detiene la minuciosa tarea de Aziraphale para darle un beso en los labios —Haz de mi piel una galaxia, soy un lienzo en blanco solo para ti.

Y de repente, las cicatrices de un castigo infernal se convirtieron en estrellas creadas con besos celestiales.

Elocuencia (O el buen uso de las palabras)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora