֍ Limerencia ֍

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Limerencia: Estado mental involuntario, propio de la atracción romántica por parte de una persona a otra.

Número de palabras: 1014

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No era normal que un ángel se enfermara, es más, ¡Eso no debía suceder! Es por eso que, temiendo lo peor, se encontraba en el consultorio de un médico, divagando sobre los síntomas que se habían hecho presentes en él desde hace varios días, por no decir, semanas.

Todo había ido muy bien hasta que al médico se le ocurrió comentar que sus síntomas eran más propios de algo diferente a una enfermedad... Un enamoramiento.

¿Amor? No, no y ¡No! Lo que él sentía por Crowley era simplemente... Una amistad, ¿No es así?

Él era un ser hecho de amor y que podía sentirlo por donde quiera que vaya, eso no significaba que lo sintiera cada vez que se encontrara en la misma habitación con el pelirrojo, era probablemente una confusión, ¡Eso es! Una simple y sencilla confusión.

Posiblemente era aquella confusión la que hacía que sus manos temblaran cada vez que estaba, aunque fuera a metros de Crowley. Y si sentía que la felicidad y la alegría lo invadían intensamente cuando lo veía era seguramente por los placeres que su amistad le brindaba.

Del mismo modo, que su corazón se acelerara con la simple mención del pelirrojo era una casualidad y nada más, ¡Sí, señor!

Además, ¿Cómo podría fijar su vista y su corazón siquiera en alguien como Crowley? Crowley era malo por naturaleza, indolente, indiferente y haragán, demasiado distraído y centrado en si mismo como para importarle los demás.

¿Cómo podría fijarse en él? Bueno, tenía que admitir que Crowley era muy atractivo y tenía cierto toque encantador en su actuar, obviamente era su apariencia lo que desequilibraba su juicio.

Sí, eso es. Su físico. Debía, en contra de todo lo que pensaba, sentirse atraído solo su físico. Ese cabello rojo tan lindo y tan sedoso que advertía brillaba como la luz del sol y que era tan tentadoramente acariciable... Y sus ojos... las estrellas tienen un serio competidor en esos dos preciosos irises ambarinos que tenía por ojos.

Después está el resto de su cuerpo... un cuerpo con el que pensaba seriamente en pecar. Alto, delgado, bien proporcionado, simplemente de ensueño.

Exacto. Lo que le gustaba de Crowley era su belleza, no su carácter.

Que Crowley siempre fuera bueno con los niños y siempre hiciera todo por ayudarles no tenía nada que ver con que el corazón se le acelerara cada vez que lo veía, que siempre lo salvara de todas las situaciones de peligro eran pura suerte y no estaba para nada relacionado con las mariposas que sentía en el estómago, que siempre se preocupara por su bienestar era sencillamente la costumbre de haber pasado tanto tiempo juntos, y que todas las personas lo miraran con envidia cada vez que salía con Crowley por tener a su lado a alguien tan atractivo y que además lo tratara como si fuera lo más importante en el universo eran absurdas percepciones suyas y nada más.

Y esa era su conclusión... Crowley podría ser muy guapo y tener, aunque fuera en el fondo, buen corazón, pero eso no quería decir que estuviera enamorado de él. Él no tenía nada que ver con su corazón acelerado, su pulso débil y su falta de sueño, y por supuesto que la imagen del demonio dominara sus pensamientos las veinticuatro horas eran solo una coincidencia con los síntomas de la enfermedad que presentaba, que, en su opinión, creía que se trataba de...

—Señor Fell... ¡Basta ya! –exclamó el médico divertido, interrumpiendo el discurso tan bien elaborado que Aziraphale había creado, lleno de argumentos que, según él, le daban la razón respecto a su enfermedad —Creo que lo he entendido.

—Oh, ¿Sí? —suspiró aliviado, tranquilo de que hubiera una explicación lógica para los síntomas que llevaba semanas padeciendo. —Entonces, ¿De qué cree que se trate?

Sin dejar de sonreír, el médico tomó una hoja de papel y escribió en letras grandes y mayúsculas la palabra "Diagnóstico", tras pasar unos segundos más escribiendo, le pasó el documento a Aziraphale, quien la tomó de arrebato, preocupado por lo que pudiera haber escrito allí.

—Esto es lo que creo, señor Fell —dijo el galeno mientras el rubio leía con horror lo escrito en la hoja de papel.

DIAGNÓSTICO

Limerencia

—Li... limerencia... —murmuró Aziraphale atónito —Esto... esto no puede ser.

—Limerencia, o lo que es lo mismo, enamoramiento. —explicó el médico con aire profesional.

—No puede ser —musitó Aziraphale sintiendo como a sus síntomas parecía añadírsele la falta repentina de aire —¡No puedo estar enamorado de Crowley!

—No se alarme señor Fell —dijo el doctor apretando suavemente la mano del rubio en un intento de calmar la atolondrada conciencia de su paciente —Usted no es ni la primera ni la última persona en venir a consulta confundiendo los síntomas de la limerencia con los de una enfermedad.

A pesar de las explicaciones del doctor, Aziraphale poca atención le daba, tan perdido en sus propias cavilaciones como para enfocarse en algo más.

—Yo, por ejemplo, —relató el médico sin saber que no era tan escuchado como creía —Tuve el caso de un detective que llegó a consulta desesperado, creyendo que todo lo que sentía al estar cerca de un compañero suyo eran signos de enfermedad y no de algo más, además...

Las anécdotas del médico quedaron interrumpidas pues en un arrebato de nervios, Aziraphale se levantó golpeando su mano contra el escritorio —¡A mí no puede gustarme Crowley!

El médico lanzó un largo suspiro y le dedicó una sonrisa tranquilizadora a su alterado paciente —Pues intente decírselo a su corazón, señor Fell.

—Oh... pues yo... bueno... muchas gracias —se despidió el rubio afligido por no tener una explicación fundada sobre lo que sentía.

—Antes de que se vaya, señor Fell —le llamó el médico antes de que pudiera llegar a la puerta —Anthony J. Crowley, ¿Verdad?

Aziraphale, sin saber a qué venía al caso el nombre del demonio siempre presente en sus pensamientos, solo asintió levemente con la cabeza.

—Dígale lo mismo al señor Crowley, por favor, que hace seis meses llegó a consulta asegurando exactamente lo mismo, diciendo haberse enamorado de usted.

Elocuencia (O el buen uso de las palabras)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora