֍ Ramé ֍

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Ramé: De origen balinés. Algo que es caótico y hermoso a la vez.

Número de palabras: 1839

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Su corazón latía a un ritmo apresurado mientras su pecho subía y bajaba al compás de su irregular respiración. Aziraphale nunca había estado tan nervioso, ni siquiera cuando había peleado en innumerables batallas durante la primera guerra celestial que acabó con la caída de cientos de ángeles y la creación de la impalpable barrera que separaría a ángeles y demonios.

Cuando se encontraba en el campo de batalla, sus manos no temblaban como lo hacían ahora y mucho menos se exaltaba su corazón en tan rápido palpitar como lo sentía en su pecho en ese momento. Él había estado a punto de morir a manos de los opresores europeos y aun así nunca antes había sentido tantas emociones recorriendo su cuerpo pues ni la muerte misma podía abrumarlo como la mirada del demonio Anthony J. Crowley.

—Nadie nos verá... —la voz del demonio se escuchaba calmada, aunque conteniendo una enorme emoción. ¿Cómo era posible que Crowley pudiera mantener la tranquilidad de tal forma? Aziraphale no pudo evitar tragar con dificultad al pensar en su situación. Eran un ángel y un demonio, dos seres cuyos mundos jamás se debieron siquiera rozar de la forma que estaba haciéndolo en ese momento.

—Crowley... —los ojos del principado se ensombrecieron por la culpa. La culpa de sentir placer por lo prohibido, echando por la borda todas sus creencias con tan solo el sensual y cálido toque demoniaco y rogando a la Todopoderosa por una razón para negarse al fruto prohibido. Una razón que parecía no llegar.

El demonio pudo fácilmente descifrar los pensamientos que rondaban la cabeza ajena, a pesar de la penumbra en la que se encontraban, pues éstos se mostraban claramente en el espejo de esos azules ojos que lo observaban con una homogénea mezcla de placer y culpa.

—Debemos mantenernos callados —le ordenó en un susurro como si de un maestro de ceremonias organizando a su orquesta se tratara. Ambos se encontraban tendidos entre las finas sábanas de seda del demonio, dentro de su apartamento, frente a frente, pero con las emociones a flor de piel y con el suave roce entre ambos manteniéndolos bastante acalorados —Mi único deseo es permanecer a tu lado esta noche, lo sabes muy bien.

—No podemos —Aziraphale sabía que hasta ese punto ya no había marcha atrás pero el miedo aún lo paralizaba, como si en cualquier momento pudiera caer sobre ellos un castigo divino que solo los arrastraría a la desgracia.

—Lo sé, es por ello que no me queda más remedio que besarte a fin de retrasar el momento en que añoraré tu presencia a mi lado cuando me encuentre en soledad —y sin más advertencia que una intensa mirada, los labios de Crowley se cerraron sobre los de Aziraphale.

El beso era suave, lento pero cargado de emoción. El rubio había contenido la respiración al sentir el contacto de sus labios con los ajenos, había estado esperando ese momento desde que sus miradas se habían encontrado en ese momento que había cambiado sus vidas para siempre hace más de 6000 años. El dulce beso rápidamente se estaba volviendo uno profundo cuando Aziraphale finalmente se relajó y lo devolvió.

La mano del demonio rápidamente se deslizó por encima de la ropa ajena, apartándola de su camino para poder tocar la piel que tanto anhelaba. Sus dedos rozaron el abdomen de Aziraphale, su piel se sentía caliente y suave al tacto, y le arrancó un suspiro a su propietario. Un escalofrío recorrió la espalda del ángel cuando esos dedos curiosos comenzaron a descender por su abdomen hasta desabrochar su cinturón.

Elocuencia (O el buen uso de las palabras)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora