꧁ Epifanía ꧂

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Epifanía: Que se se manifiesta de manera inesperada.

Número de palabras: 1211

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Se dice que en un solo beso se es capaz de contar hasta la más indescriptibles de las historias.

Y ellos dos, sin quererlo, se han propuesto a descubrirlo.

Aziraphale siente como el ardor y el fuego lo queman por dentro, una intemperante mezcla entre un deseo incontrolable y un extraño sentimiento que no puede definir, ¿Será acaso amor? No lo sabe, de cualquier forma, es muy pronto para saberlo.

Dando tropiezos y traspiés, ambos encuentran su camino en la habitación del ángel sin dejar de besarse, dando paso a un ardoroso jugueteo entre sus lenguas, tan inesperado para uno como tan deseado por otro.

Es tan surreal como mágico. ¿Cómo habían caído en ese lioso juego? ¿Cómo habían pasado de ser dos enemigos hereditarios a dos amantes que había caído en un desenfrenado acto de pasión? Todo en un solo paso que, parecer, ambos habían dado sin saberlo.

Se había vuelto estrambótica la fascinación de Aziraphale por el demonio de ambarina mirada, cuyo rojo cabello suelto simulaba a la perfección la danza de las cálidas llamas del fuego, y que a su tacto se revela liso, suave, poseedor de un aroma que evoca a los bosques y su vegetación.

Entre besos, Crowley siente el tibio aliento de su amante contra sus labios, llevándolo a regresiones de tiempos pasados que le brindan cierta sensación de bienestar y calidez, tiempos a los que no quiere regresar, porque todas esas sensaciones que traen consigo las encuentra entre toques, besos y caricias que lo encuentran buscando más, más de esos labios impetuosos que se encuentran con los suyos, en busca de embravecer y alargar el contacto entre ellos.

Las manos del libidinoso demonio prueban ser menos hábiles de lo esperado, pues tiemblan en el malogrado intento de despojar al ángel de su saco café. Aziraphale suelta una carcajada, un silbido melodioso que parece capaz de traspasar hasta la muralla más inquebrantable, una especie de milagro que lo hace parecer un soplo de primavera en pleno invierno.

—Deja de reírte —ordena el pelirrojo, pero aun así su tono no está cubierto de mando sino de cierta lisonja que hace al rubio sonreír. Sonrisa que hace al corazón de Crowley acelerar, preguntándose cómo incluso en los momentos de libidinosa fogosidad, el ángel podía hacerlo caer de rodillas con solo una sonrisa.

Al final es Aziraphale quien debe despojarse de la complicada prenda, que cae al piso y es olvidada un segundo después de que vuelven a besarse.

Al amparo de la oscuridad reinante, cae una prenda tras otra, poco a poco, con una parsimonia, como los copos de nieve que se apilan en el alféizar de la ventana al otro lado del cristal.

Crowley se estremece ante el frío que cruza por su cuerpo. Aziraphale lo sabe, por eso con timidez, pero prontitud, lo resguarda entre los gruesos edredones de su cama, luego sonríe tímidamente antes de seguirlo un momento después.

Tendidos sobre el lecho, lado a lado sin ser cubiertos más que por un fogoso deseo hacia el cuerpo del otro, se giran para mirarse de frente. Los ojos azules de Aziraphale se descubren nerviosos, como si fuera la primera vez que ve un nuevo mundo a su alrededor, con inocencia e incluso temor de lo desconocido, pero, aun así, allí, el guardián de la puerta este, descubre que un simple toque es capaz de desencadenar lo impensable.

Y es que la mirada de Crowley arde, arde en deseo y algo más, algo que no sabe reconocer ¿Sería acaso amor? Parece muy pronto para saberlo.

Es inevitable no entregarse a sus labios, mientras las manos frías del demonio queman contra su piel, un calor que necesita cerca, que derrita sus miedos, sus dudas y tribulaciones y que deshaga sus temores infundados con un solo toque. Descubre, para su total sorpresa, que el fuego no sólo puede destruir, que es una reminiscencia del sol y, por tanto, puede traer vida.

Sus cuerpos bailan una danza imperfecta. Sus guerras pasadas relucen en sitios puntuales de sus cuerpos en forma de cicatrices. Pero, entre besos y mimos cubiertos de pasión y algo más, sanan las heridas y cauterizan los daños sangrantes que las rampantes garras de los enemigos abrieron y que se resistieron a cerrar.

Sus almas son completamente opuestas, pero eso encanta a sus auras, que embonan como una sola, diciendo todo lo que 6000 años de silencio se había llevado consigo.

Con un agarre férreo, el ángel se sujeta del demonio, buscando atropelladamente un salvavidas que preserve la cordura que su lujuria le hacía perder poco a poco.

Es sencillo llegar al cenit, es inevitable comenzar de nuevo, construyendo la epifanía que cada uno encuentra en los brazos y labios del otro, como si las verdades que les han ocultado durante toda su vida se encontrarán cuando ambos se rindieron ante lo prohibido, ante lo que había hecho que Adán y Eva fueran desterrados del paraíso.

Aunque a diferencia de la primera pareja, ellos habían encontrado su propio paraíso, uno que deja atrás lo terrenal y les conecta en un nivel completamente nuevo.

En medio de la noche, parece abrirse un claro de luna, que arroja luz sobre sus cuerpos y sus corazones, que revela sus deseos y anhelos más profundos.

Aziraphale, el ángel estúpidamente inocente, cabal y juicioso seguidor de las reglas, quien necesitó una puñalada por la espalda de quienes más confiaba para abrir los ojos a una realidad donde no todo era lo que parecía.

Crowley, el demonio demasiado bueno para pertenecer al infierno, cuyo carácter y temple imposible de contener era, sin saberlo, la salvación espiritual del ángel.

La luna era benevolente con los amantes, pues a su luz se cubría sus defectos y mostraba sus virtudes: La impulsividad del demonio, su ímpetu, su osadía. La gran inocencia del ángel, quien en todas sus acciones se puede ver misericordia, que demostraba que ni el fuego infernal es capaz de frenar la natural bondad dentro de él.

Ambos tan opuestos, pero tan iguales, tan rebeldes e insurrectos que fueron egoístas y pensaron en ellos, no en los demás, solo en sus deseos y su felicidad.

La danza culmina en éxtasis milagroso, que le sabe tan divino a uno y tan prohibido al otro, con otra epifanía agregada a su ya larga lista de verdades desenmascaradas.

Al final es quien Crowley busca el contacto tibio del cuerpo de Aziraphale, un contacto que va más allá a su naturaleza necesita mantenerse abrigado, hay algo más; busca seguridad y ternura, la ternura de un íntimo encuentro y la seguridad de la lealtad que solo brinda el amor incondicional. Y el rubio corresponde aferrándose a su abrazo, buscando la fuerza y la incondicionalidad, que suele encontrarse en el amor de los libros que tanto leía, ese que vence las vicisitudes y triunfa al final, ese que, por alguna razón maquiavélica del destino, se encuentra donde menos lo esperaba.

¿Podría ser aquel ángel de vibrantes ojos azules, la calma que necesitaba el ardiente corazón del demonio para mantener en cauce su iracundo carácter?

¿Podría ser el fuego del demonio, la fuerza y el ardor que necesitaba el ángel para romper su pudor y brindarle el vigor que necesita?

¿Podría acaso ser amor?

Quizá.

Es muy pronto para saberlo.

Elocuencia (O el buen uso de las palabras)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora