Palabras mudas

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Toda mi vida desee complementarme con alguien especial, que me alumbrara en medio de tanta oscuridad, y lo encontré a él, luego aquel, y así me fui pasando por la vida fracasando en el amor, pues todos se fueron, quizá se daban cuenta de que soy un alma sin remedio.

Ese día, lo conocí, bueno, en realidad estudiábamos juntos desde hace mucho, pero era la primera vez que me percataba de su existencia. Fue inevitable no hacerlo.

Recuerdo que estábamos en clase de literatura, me tocaba exponer un pequeño escrito, la verdad es que no era muy bueno, de hecho lo había hecho la noche anterior antes de irme a dormir, en unos 15 minutos. Pero él me miraba como si yo fuese el puto mundo, su mirada penetrante me angustiaba, pero al mismo tiempo me daba las fuerzas y seguridad para seguir con mi exposición.

Nunca antes alguien me había mirado como él me vio ese día. Eso fue precisamente lo que me hizo notarlo, querer saber de él, de su vida, quería saberlo todo.

Sentía y era bastante obvio su interés por mí. Sé que me miraba de lejos y no llegaba a comprender porque no se acercaba a hablar o por lo menos decir un “hola”.






Empecé a preguntar a varios compañeros y por ellos supe que sus apariencias internas y externa, eran algo peculiares, tal vez por eso no se acercaba, pero eso hizo que mi interés por él creciera.

Un día, lo vi en la entrada del salón, era mi oportunidad para que entabláramos una conversación, así que me acerqué por detrás, toqué su cintura y le dije:

-“Regálame un permiso chico sexi”.

Su respuesta me cayó como un balde de agua fría. Fue bastante prepotente, pero igual no me rendí, trate de ser graciosa, pero mis intentos por tratar de agradarle resultaron fallidos.

Me sentí un poco decepcionada y enojada por su actitud, así que simplemente le pedí que me dejara pasar, efectivamente lo hizo.

Solo pasaron unos segundos, de repente escuché:

¡Camila!, por favor espera… no fue mi intención ser grosero contigo.

Seguía un poco molesta, así que le dije que no pasaba nada, que me dejara pasar y luego nos veríamos por ahí.

Entramos a clases y todo el enojo que sentía se esfumó al darme cuenta que aquella mirada incisiva y al mismo tiempo sutil, había vuelto. Juro que estaba decidida a dejar las cosas así, pero el deseo que querer conocerlo pudo más, por lo que al salir de clases lo intenté nuevamente.






Lo vi salir de clases, lo seguí y le grité:

“¡Espera, Ian!”.

O eso creo, la verdad no recuerdo muy bien las palabras exactas.

Lo noté bastante sorprendido, pero poco después, todo fue fluyendo, caminamos por un largo rato, me contó un poco de su vida y eso me incitaba a querer saber más y más.

Llegó un momento en el que noté que me estaba interesando demasiado, tanto que sentí necesario pararlo, me llené de miedo, porque tenía la certeza de que en algún momento todo acabaría y no podría soportarlo una vez más.

Inesperadamente y caído del cielo o más bien aventada desde el infierno, me entró una llamada, era mi primo, pero le hice pensar que era mi novio.  Pude notar su cara de decepción y como se esforzaba por mantener la calma y querer parecer poco interesado, pero era necesario, o eso pensé en ese momento.

Me acompañó hasta casa, se despidió y finalmente se fue, con el corazón roto, lo sé.

Mi subconsciente reprochaba diciéndome constantemente que estaba loca, que no podía dejarlo ir, y que estaría realmente loca si lo hiciera. Lo necesitaba, así fuese solo como amigo, quería descubrir todo ese universo que escondía en su interior, por lo cual decidí hablarle al día siguiente.


CINCO DESPEDIDASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora