꧁U N O: PILOTO꧂

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La Isla es un lugar turbio, siniestro y, en muchas ocasiones, el lugar propicio para que la gente mala hiciera de las suyas en la oscuridad de las calles.

Por eso mismo no es el mejor lugar para que una jovencita de 16 años pasee por ahí. Sola. Con la única luz de faroles que medio alumbran su camino a casa.

Evie Grimhilde sabe que no debió entretenerse en el castillo de Mal hasta tarde.

Aunque no era su culpa. Todos, aunque lo negaran, estaban emocionados por partir fue de ese horrible lugar. Y consecuencia a eso habían pasado mucho tiempo juntos, aunque ahora que lo piensa, quizás no debió rechazar a Jay cuando se ofreció a acompañarla. Debió decir que sí.

Un estremecimiento la recorre.

Escucha pasos tras ella. Por reflejo, ella camina más rápido. Presiona su pequeño bolso contra sí, tratando de no alterarse.

El corazón de la hija de la Reina Malvada da un brinco cuando los pasos tras ella también parecen avanzar más rápido.

—Espera, linda— hay risas.

—¿A dónde tan solita, cariño?— susurra alguien, demasiado cerca de su oído.

Su bolsa cae. El sonido pareciendo retumbar en la oscuridad.

Evie quiere gritar. Una mano tapa su boca antes de que lo haga y un brazo se desliza por su vientre para sujetarla. El fuerte olor a alcohol barato y suciedad impregnan sus fosas nasales, dejándola inmóvil, petrificada de miedo.

Evie jamás ha sentido esa clase de terror. Vivió alejada de todos junto con su madre, apenas y recordaba algo antes de su cumpleaños número seis, sin embargo, debió tener más cuidado. Sólo sabe eso. Y lo único que que quiere es correr.

—Es la hija de la Reina Malvada— escucha que masculla alguien.

Sí, sí, ¡sí!

El miedo a su madre los hará correr, piensa. No sucede eso.

—¿De Grimhilde, eh? Por algo es tan hermosa.

Los ojos de Evie se llenan de lágrimas al darse cuenta de que no la dejarían en paz. No tenía oportunidad, no podía huir de esos hombres. Tres. Son tres.

Aún así lo intenta. Se logra zafar del agarre del hombre, solo para alzanzar a dar un par de pasos antes de que vuelvan a atraparla.

—Déjenme ir— no tiene otra opción. Tiene que suplicar.

—Lo haremos... cuando acabemos lo que queremos hacer contigo.

Siente los asquerosos labios del hombre besar su mejilla. Quiere vómitar, y lo haría, de no ser porque estaba demasiado ocupada pensando en todo lo que pasaría si no se libraba de ahí como para hacerlo.

Los otros dos se comienzan a acercar también. No, no, no.

—Por favor, no— solloza.

A ellos no les importa. No, claro que no.

Evie se rinde. Lo hace, porque cree que nadie vendría a su rescate.

No hay héroes en la Isla, se recuerda, cerrando los ojos con fuerza.

Pero entonces una figura masculina emerge de las sombras, toma al sujeto que la está tocando y lo arroja bruscamente contra una pared.

Evie trastabilla y cae, arrastrándose con las manos para alejarse de ahí. Observa su inesperado salvador acabar con sus atacantes como si no fueran nada, como si se tratase de simples muñecos de trapo.

Cuando él termina, está de espaldas a ella, sus hombros subiendo y bajando violencia, apretando los puños fuertemente en sus costados.

Evie distingue su ropa, completamente oscura, cadenas colgando de los bolsillos traseros de sus pantalones, y también su cabello, azul, largo hacia arriba. Le intriga ver su rostro, al menos una vez.

—G-Gracias— murmura Evie, tamblorosa, pasando el dorso de su mano por sus mejillas.

—Levántate— ordena. Su voz es gruesa, ronca. Evie se encuentra a sí misma obedeciendo—. Ve a casa.

—¿Quién es usted?

Su salvador da media vuelta. Evie se encuentra con unos ojos verdes que le roba el aliento, familiares, pero misteriosos y atrayentes por igual.

Lo reconoce de inmediato, al igual que lo habría reconocido en cualquier otro momento a pesar de no haberlo visto antes.

Hades.

—Usted... me salvó.

El padre de Mal.

Él sonríe de lado.

Evie abre un poco la boca, ensimismada por aquella sonrisa tan... arrebatadora. Queda absorta en ella por lo que parece una eternidad.

«My oh my»

Y si le preguntaran luego de eso de sí existía el amor a primera vista, ella dirá que sí. Sí, mil veces sí.

—Ve a casa— insiste—. Y no le digas de esto a nadie. Arruinaría mi fama, ¿sabes?

Acomoda su chaqueta, le dedica una última mirada intensa y comienza a irse.

Evie se queda pensando en todo lo que pasó. En lo jodidamente mal que está el pensar en el padre de su mejor amiga de esa forma tan incorrecta.

Pero ella no es una santa, ni una mojigata. Evie Grimhilde es todo, menos eso.

Con parsimonia se pone de pie, arregla su vestuario, también su peinado, y continúa su camino, como si lo que acababa de pasar jamás hubiese pasado.

¿La diferencia? Una enorme sonrisa dibujada en su rostro hermoso. Una sonrisa que es provocada por la imagen del hombre en su cabeza.

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¿Impresiones?

My Oh My... ¦ Havie ¦ DescendientesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora