Los siguientes acontecimientos tuvieron lugar durante una tranquila noche de primavera.
Aquella noche me encontraba de pie en la
acera norte de la principal venida de la ciudad e hice detener una micro que se aproximaba con la finalidad de volver a casa.
La micro se detuvo con la puerta frente a mí, pero la puerta no se abrió.
Desde el interior sentí que alguien forcejeaba la puerta, hasta que ésta se abrió violentamente y desde el interior bajó un grupo de personas corriendo como animales sin control, arrancando sin mirar atrás.
Me asomé a mirar parcialmente y al parecer el interior se encontraba vacío, sólo el chofer que me miraba sonriente, esperando a que yo subiera.
Una vez adentro, las puertas se cerraron tras de mí, y yo dirigí mi mirada hacia la parte de atrás de la micro. Todo en su interior era blanco y extraño; no habían asientos, en vez de eso sólo habían tres camillas metálicas como de hospital, pero de un hospital muy antiguo. En cada camilla había una anciana de unos noventa años aproximadamente; todas tenían el cabello blanco y estaban muy sonrientes.
La micro comenzó a andar, primero lentamente y después en una loca y desenfrenada carrera por la calzada contraria, o sea en contra del tránsito; extrañamente no escuché a nadie tocar la bocina.
Me volví desconcertado hacia el chofer, y éste ya no se encontraba en un asiento, sino que también estaba en una camilla, pero a diferencia de las ancianas, él se encontraba sentado de espalda al parabrisas que ahora estaba pintado blanco y no permitía ver nada hacia adelante.
Me Di cuenta de que no sólo el parabrisas era blanco, sino que también todo en el interior de la micro, paredes, piso , techo, las camillas, las sábanas, las batas de las ancianas y del chofer, sus cabellos y ojos!
El chofer siempre sonriente de vez en cuando asomaba su cabeza por una ventana lateral para mirar hacia adelante y conducía la micro con un sólo brazo que reaccionaba una extraña palanca similar a las que utilizan para abrir las puertas; pero no tenía pedal alguno ni para frenar ni para acelerar.
De pronto escuché a una de las ancianas, que también asomaba su cabeza por una de las ventanas para que la brisa acariciaba su cabello, relatar una historia a cerca de un árbol de pomelos. Miré hacia un costado y una de ellas tenía estirado su brazo hacia mí y en su mano sostenía un hermoso pomelo.
Horrorizado corrí a la puerta delantera de la micro, mientras todos los pasajeros y el chofer reían a carcajadas. Forcé la puerta unos instantes hasta que logre abrirla.
No esperé a que la micro detuviera frenética carrera y salté...caí dando vueltas, me recuperé al instante y comencé a correr despavorido, como un animal sin control.
Una vez que considere que me había alejado lo suficiente, mire hacia atrás y no había rastro de la micro y yo me encontraba a diez cuadras de donde todo había comenzado.
FIN