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Observaba el paisaje por la ventanilla en completo silencio

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Observaba el paisaje por la ventanilla en completo silencio. Solange se preguntaba si el tren podía ir más rápido porque sentía como si fuera más lento que una tortuga ¿Le pedirían permiso a una rueda para mover otra? Suspiró por vigésima vez y se resignó a aquella lentitud que la llevaría a la pequeña ciudad en la cual vivía su hija.

La ciudad de Annecy, ubicada en el sureste de Francia y a orillas del pintoresco lago con el mismo nombre, fue testigo de su declaración de amor a su esposa. Lo recordaba bien, ya que fue el primer sábado de agosto donde, cada año, esa pequeña ciudad albergaba uno de los fuegos artificiales más espectaculares de Europa. Una tradición que se remontaba a una celebración veneciana en 1860 en honor a Napoleón III.

Solange sonrió con nostalgia a recordar que fue obligada a probar uno de los mejores pasteles del mundo, el Sr. Smith: una deliciosa tarta de manzana verde, mientras paseaban entre los impresionantes canales de la «Venecia de los Alpes».

—¿Quieres comer un poco de mi tarta?

La pregunta fue realizada por Daniella, quien estaba sentada a su lado, comiendo y le ofrecía una porción de tarta, pero ella no tenía apetito desde que recibió la llamada esa mañana. Una llamada que le hizo tambalear el mundo. Solange le agradeció el gesto, sin embargo, se negó a comer, a pesar de los intentos insistentes de su aprendiz. Dándose por vencida en su insistencia, Daniella posó su mano en el hombro de Solange.

—Ella estará bien.

—¿Cómo puedes estar tan segura de eso? Tiene cinco años, debe tener miedo.

—Es tu hija —le interrumpió—, y por eso creo que es fuerte. Después de todo, tiene tus genes.

—Pero... yo no la he criado —se lamentó Solange con tristeza—. No le enseñé a ser fuerte como mis padres o como Kath me enseñaron.

—Eso lo lleva en la sangre y si, además, fue criada por ella... —Daniella hizo una pausa al mirar por la ventanilla—. Bueno, dudo que sea una niña débil. Estoy segura de que fortaleza tiene, lástima que no tenga altura.

—¿Qué? —preguntó Solange, confundida.

—Debe ser una enana aún. Digo, no eres alta.

—¡Mido cuatro centímetros más que tú! —gimió Solange.

—Ella, la mujer alta.

—Sí, lo soy. Al menos, más que tú.

—Por cuatro centímetros y ya te crees jugadora de la NBA. —Daniella blanqueó sus ojos al cruzarse de brazos—. Dame tu autógrafo.

—No dije eso.

—Sí, claro, pues perdón por ofenderte con mi metro cincuenta y nueve centímetros.

—Eres insoportable.

—¿Cuánto mide tu exesposa? ¿Un metro sesenta y cuatro?

—Sesenta y cinco —corrigió Solange con suavidad.

BLOOD DUST© [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora