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No podía detener el gran galopeo de su corazón en su pecho que amenazaba con salir de su sitio

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No podía detener el gran galopeo de su corazón en su pecho que amenazaba con salir de su sitio. Tampoco pudo evitar como sus lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos y se derramaron por sus mejillas. Frente a Shelma estaba la mujer que amaba y que creía muerta. Intentó decirle algo, pero la voz no salió de su garganta y tampoco pudo parpadear, quizás inconscientemente temía que, al hacerlo, la figura se desvaneciera haciéndola caer en cuenta que estaba alucinando o en un sueño.

—¿Te comieron la lengua los ratones? —habló Giovanni a la vez que balanceaba el cuchillo en sus manos—. Sé bien que estás aquí para salvar a esta simple mortal, pero primero debes jugar con mis mascotas. Si llegas hasta aquí, podremos negociar.

—¿Por qué negociar?

Su voz grave y ronca hizo que Shelma suspirara al reconocerla. Era ella, incluso detrás de esa sonrisa de desprecio.

—Cruel, cruel —dijo el hombre, quien le sonrió con malicia y se dirigió hacia su prisionera—. Tú te sacrificaste y ella te dejará morir. Cruel ¿verdad?

—No me expresé bien, lo siento —se corrigió la mujer, acentuando su sonrisa —. Quise decir que no hay nada que negociar porque puedo matarte.

La risa malvada de la mujer retumbó en el lugar, haciendo que Shelma sintiera un escalofrío recorrerle la espalda.

Tatiana miró detenidamente a cada uno de los reanimados a su alrededor, contando cerca de cien y no estaba segura de que su ropa saliera ilesa de esa encarnizada batalla. Sabía que su compañera podría vencerlos, pero ignoraba si realmente ese cuerpo estaría en condiciones después de haber estado encadenada.

Giovanni levantó una de sus manos y esa fue la señal para que los cadáveres controlados por él iniciaran su ataque.

Tatiana comenzó a disparar a los reanimados que se le acercaban, pero no hizo mucho cuando su compañera, sin siquiera despeinarse un poco, cortó la cabeza de todos los cuerpos de un solo movimiento de su espada, creando una pequeña ráfaga de energía con ella.

La mercenaria no se sorprendió, pero Shelma sí. Entonces fue cuando Giovanni le acercó el cuchillo dispuesto a clavárselo en el cuello y ella sintió la muerte susurrarle algo al oído. Sabía que moriría en el momento que él la amenazó en la estación de tren, solo lamentaba no haberse despedido de su hija. Y ahora, le causaría tristeza a su esposa haciendo que la vea morir, y, sin embargo, en ningún momento sintió dolor ni nada por el estilo: Giovanni había quedado inmóvil con el cuchillo cerca de Shelma mientras Solange mantenía una mano extendida.

—Creí que te lo había dejado en claro —dijo la detective, avanzando hacia ellos—: No permitiré que la mates, así que te quedas quieto o peleas conmigo. Sin trucos, sin amenazas innecesarias.

Ella miró a los ojos a Shelma por un momento, el cual fue interrumpido por la risa cínica de Giovanni que dejó caer el cuchillo y se alejó lentamente.

BLOOD DUST© [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora