EL MAR Y AMAR

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CAPÍTULO 3.

Terry tardó un buen rato en dejar de mirar el lugar en el que ella había estado, y cuando por fin bajó a su litera no pudo conciliar el sueño. Unos ojos esmeralda, un cabello rubio y el rostro más hermoso que nunca viese, se lo impidieron.

Tampoco Candy pudo descansar bien aquella noche, la presencia de GrandChester había alterado sus nervios. Se quitó el colgante que pendía de su cuello, una exquisita joya que representaba dos rosas entrelazadas, que solo se permitía llevar en contadas ocasiones, lo acarició con cariño y lo guardó. Tumbada en su camastro, dejó recrearse a su mente en la apostura y gallardía del nuevo tripulante.

Durante los días siguientes, Terry procuró no cruzarse con Donald Roylan, harto difícil en una nave donde se trabajaba codo con codo.

La falta de otra actividad que no fueran los quehaceres diarios comenzaba a aburrirle.

Echaba de menos sus cabalgadas al amanecer, las reuniones con los amigos y, sobre todo, los momentos al anochecer que solía dedicar a la lectura. Siempre había estado con algún libro entre las manos y, aunque trabajaba hasta caer rendido en su hamaca, las interminables horas de navegación sin más misión que procurar burlar a Roylan y mantener la nave en condiciones, empezaban a pasarle factura. Si al menos avistasen algún buque español…

Aprovechó un momento de descanso para instruir al grumete sobre ciudades que el muchacho desconocía.

Desde lejos, Candy no le perdía de vista.

El nuevo y obligado marinero del Melody Sea acaparaba muchos momentos de su atención y, aunque trataba de disimularlo, una y otra vez sus ojos escrutaban la cubierta de la nave intentando localizarlo y se encontraba, a su pesar, admirando la sinfonía poderosa de sus músculos cuando cargaba un bulto, la elegancia de su caminar, las atenciones que dedicaba al grumete. GrandChester empezaba a ejercer sobre ella una atracción que la irritaba y la distraía muchas veces de sus obligaciones. Quería echarlo de su cabeza y, a la vez, saberlo todo de él.

—Si no encontramos una presa pronto, tendremos que regresar a Tortuga.

Ella se volvió, apoyó sus manos en la baranda y sonrió a Alex Potter.

—La encontraremos.

—Los hombres empiezan a inquietarse.

—Pues que se tranquilicen. —Candy le dio la espalda y volvió a buscar la figura de Terry en cubierta.

Al viejo lobo de mar no le pasó desapercibido su interés y chascó la lengua.

—Es atractivo.

—Lo comentó como de pasada. Candy sintió que un repentino sofoco coloreaba sus mejillas.

—¿Quién?

—No soy ciego.

—Te refieres a GrandChester —admitió, tuteándole, como cada vez que estaban a solas. —¿A quién, si no? Disimulas muy mal tu interés por él.

—Me impresionó, es cierto y no voy a negarlo —admitió la joven de mala gana—. Pero es solamente un hombre más, Alex.

—Indudablemente no tiene tres piernas ni cuernos.

A ella le hizo gracia su sarcasmo y su gesto agriado.

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