CAPÍTULO 10.
Anochecía y sobre Londres seguía lloviendo, una lluvia fina, que no molestaba, pero que no parecía tener fin.
El carruaje frenó ante una mansión de planta rectangular en piedra rojiza, de dos alturas, tejados de pizarra negra y ventanales alargados, circunvalada toda ella por un jardín no demasiado grande, abrazado el conjunto por una cancela forjada.
A Candy le gustó su sobriedad. No esperó para abrir la puerta y saltar a tierra.
—Lección número uno: una dama espera a que le abran la puerta y le ofrezcan la mano para apearse. —Candy escuchó la suave recriminación de lady Margaret mientras tendía, precisamente, su mano a un lacayo, a quien agradecía con su mejor sonrisa la gentileza, protegiéndose de inmediato bajo el paraguas que él sostenía.
—Lo siento. Pero es que me parece un absurdo si puedo bajar yo sola.
—Incluso así.
—Disculpad —se excusó con el criado, quien le correspondió con una inclinación de cabeza y la miró con simpatía.
Se accedía a la casa por un caminito que serpenteaba desde la verja de entrada, flanqueado por macizos de flores, de boj y aligustres recortados con esmero.
—A Terry le gustaría esta casa.
—Terrunce ya la conoce.
—¡Ah! Sí, claro.
Justin Summers llegó tras ellas con el equipaje, que dejó en el hall de entrada, intercambiando una mirada significativa con la duquesa de la que la joven no se percató.
A Candy se le dilataron las pupilas ante lo que se encontró. Desde el hall, un espacio ovalado de brillantes suelos de mármol blanco y negro, se abría, alfombrada en rojo, una escalera amplia en cuyas paredes una serie de retratos de porte regio, que debían de ser de antepasados, parecían darle la bienvenida. Desde las lámparas se expandía una luz dorada que arrancaba centelleos a la pareja de figuras de bronce que hacían guardia, una a cada lado, al inicio de la escalinata.
—En el cuarto azul, Summers.
—Sí, milady.
Candy siguió a aquel estirado y austero personaje que portaba sus pertenencias, escaleras arriba, sin dejar de observar todo a su paso.
Se adentraron por una galería y el criado accionó el picaporte de una puerta, cediéndole el paso. Depositó el petate sobre una amplia cama y ella se dio una vuelta por la habitación mirándolo todo. Nunca había estado en un cuarto semejante, elegante y a la vez hogareño. Una mullida alfombra cubría casi por completo las baldosas del suelo, armonizando con las cortinas, los cojines y la tapicería de los sillones. Por entre los visillos, descorridos, verdeaba una parte del jardín.
—Nos hemos permitido prepararle el baño, señorita. Detrás del biombo. Por un momento, se encontró fuera de lugar, incluso avergonzada. Hasta el criado de lady Margaret parecía un caballero, de tal forma que, de no saber que era precisamente eso, un sirviente, casi se sentía tentada de pedirle permiso para hablar. Desde luego, aquel no era su mundo.
—Gracias, señor…
—Mi nombre es Summers, señorita. Si necesita alguna cosa, tire del cordón que hay junto al cabecero de la cama.
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EL MAR Y AMAR.
AdventureCandy y Terry descubren su amor en el mar. Una historia de piratas y la nobleza. Autora Nieves Hidalgo