EL MAR Y AMAR

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CAPÍTULO 5.

GrandChester no estaba dispuesto a alargar aquella locura más de lo necesario. Paró la acometida de Roylan interponiendo su antebrazo, descargando un terrorífico puñetazo en el costado de su enemigo que le obligó a recular. Sin darle tregua a que se recuperase, se fue tras él golpeando su mandíbula con un codazo. Para cuando Roylan quiso fijar la visión, Terry ya tenía su puñal en la mano.

—Voy a sacarte las tripas —amenazó Donald. Terry no dudó que lo haría si le daba la menor oportunidad. Sabía que no podía arriesgarse porque, aunque su herida cicatrizaba bien, cualquier corte o pinchazo ahora mermaría sus facultades y se encontraría en grave peligro. Si se enfrentaban cuerpo a cuerpo, era hombre muerto. Estaba en juego su vida, ni más ni menos, así que no se anduvo con contemplaciones. Con las piernas abiertas esperó la reacción de su oponente, que se lanzó hacia él, pero Terry acertó a ladearse con habilidad eludiendo su embestida, para apuñalar a su paso los riñones de Roylan.

Su enemigo, herido de muerte, consiguió volverse y clavar sus ojos en él, tambaleándose en medio de un círculo de hombres para quienes la vida significaba tan poco.

—Hijo de puta… —alcanzó a decir antes de desplomarse.

Durante unos segundos, en el local no se escuchó ni el vuelo de una mosca. La mayoría de las miradas se dirigían con respeto al joven. Eran muchos los que conocían cómo se las gastaba Donald Roylan, pero su rival había conseguido salir airoso de una lucha que apenas había durado dos minutos.

Tiró el cuchillo ensangrentado a un lado y se encaminó hacia la salida por el pasillo que le iban abriendo los espectadores. Antes de llegar a la puerta se quedó parado porque Potter recostado en el marco con los brazos cruzados sobre el pecho lo miraba con fijeza.

--Se lo estaba buscando hacía tiempo --lo escuchó decir.

--Yo no quería esta pelea señor Potter.

-- Yo, si.

Terry anduvo un rato sin rumbo y se dio cuenta de que estaba muy cansado. Dio media vuelta atrás enfiló la calle en dirección a la posada donde tenía alquilada habitación.

Terry se había sobrepasado con la bebida, comportándose como un auténtico estúpido, y ahora estaba pagando las consecuencias con un dolor de cabeza insoportable.

Lamentaba haberse dejado incitar por Roylan, quizá no debiera haberle matado porque el argumento de que el otro no le había dado alternativa le servía de poco, si bien era cierto que cuando dos personas chocan de manera tan frontal es difícil salvar las distancias.

Apoyó la cabeza en la almohada y cerró los ojos. Si consiguiera dormir un poco el martilleo de las sienes se diluiría con el sueño.

De repente, la puerta se abrió de par en par, sobresaltándole. Por puro instinto, se irguió estirando la mano hacia la pistola, pero ni siquiera llegó a cogerla viendo de quién se trataba, volviendo a tumbarse.

—Si habéis venido a darme la murga por haber matado a vuestro protegido, podéis daros la vuelta.

Candy no dijo ni una palabra. Porque, aunque, en efecto, había ido con la intención de recriminarle su proceder, privándola de uno de sus mejores hombres, se estaba limitando a contemplarlo.

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