uno

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¿Conoces esos estúpidos hechizos que puedes encontrar por internet? ¿Hechizos para tener suerte, para olvidarte de tu ex, o para aprobar algún exámen?

Exacto, esas cosas que lees y dices ¿Que ser humano, en su sano juicio, podría creerse esta estupidez?

Pues muy bien, mi mejor amiga y yo somos esas personas.

—Odette, ¿Tenemos ramitas de romero en casa? Aquí dice que necesitamos dos— Alice, me hablaba sin despegar los ojos de la pantalla de su ordenador.

No, nosotras no creíamos en conjuros mágicos que puedan arreglar tu vida. En cambio, si creíamos en los chicos inmaduros y sinvergüenzas, y uno de ellos acababa de dejar a mi amiga por teléfono.

Nunca habíamos tenido especial suerte con los hombres, a mí me daba igual pero Alice era una chica romántica hasta la médula y quería encontrar a su alma gemela. Así que a mí queridísima amiga se le ocurrió probar con un hechizo de amor.

Si, lo sé. A mí también me pareció un mojón de idea, pero como dijo Alice "no hibamos a perder nada por intentarlo".

Y ahí estábamos las dos, en nuestro piso compartido, haciendo brujería.

Si, señores. Íbamos a morir solas y con cincuenta gatos.

—¿Te das cuenta de que siempre se necesita romero? En cualquier conjuro, ya sea de algún libro de fantasía, siempre necesitas romero. Puede que los demás ingredientes sean tan extraños como ojos de tritón o pelo de rana, pero el romero siempre va a ser necesario.

Alice levantó la mirada hacia mí, sus ojos expresaban un claro "¿Enserio? ¿De verdad te fijas en eso?"

Levanté las manos, en señal de rendición.— Está bien, está bien. Iré a la cocina a por romero.

Salí del salón, dónde nos las habíamos arreglado para crear un pequeño fuego dentro de un cubo de metal, y me dirigí a la cocina.
Abrí el estante de arriba, dónde guardabamos todas las especias, y poniéndome de puntillas cogí lo que mi amiga me había pedido.

—Romero, hecho.— solté volviendo al salón.

Alice estaba sentada en el sofá. Su pelo estaba recogido en un moño pelirrojo mal hecho y se podía observar que lo que realmente agarraba su pelo era un lápiz. Sus ojos, de color miel, estaban ocultos tras sus gafas de pasta roja y vagaban por la pantalla del portátil sin cesar.

Mi amiga era realmente diferente a mi, y no solo en el físico. Nuestras personalidades eran tan diferentes como el día y la noche. Todo en ella desprendía simpatía y serenidad, mientras que yo era un gran caos. Literalmente, a veces podía ser la persona más cariñosa del mundo y otros dias, parecía ser capaz de acuchillar a alguien sin sentir culpa.

—Y pensar que deberías estar estudiando para los exámenes de tu universidad.— reí mientras me sentaba en el suelo, delante del cubo en llamas

—Llevo todo el día estudiando, me merezco un descanso.— se quejó y con su dedo índice, colocó sus gafas sobre el puente de su nariz.

—¿A esto lo llamas descansar?—bromeé con sorna, recibiendo así una mala mirada de mi amiga.— Vale, ya me callo.

—Veamos, ¿Lo tenemos todo?—Alice volvía a mirar la página de Internet— Dos rosas rojas, cuatro cucharadas de azúcar moreno, dos ramitas de romero, una lágrima de felicidad y algún objeto que represente a nuestro hombre perfecto.

—Lo tenemos todo.— señalé a la vez que observaba todos los ingredientes delante de mí. —Aunque para conseguir la lágrima me haya tenido que llevar una patada.

Alice intentó reprimir una sonrisa— Te dije que no soportaba las cosquillas.

Rodé los ojos ante el comentario de mi amiga y agarré un par de ingredientes.— ¿Empezamos a quemar cosas?

Alice asintio mientras cerraba el portátil y se sentaba justo enfrente de mí, dejando nuestro pequeño fuego en el medio.

Cosa tras cosa, iba arrojandolas todas al fuego mientras Alice decía en alto las palabras en latín que se requerían para hacer esto.

—Bien, ahora los objectos que reflejan tu hombre ideal.— me apresuró.

Me encogí de hombros, pero obedecí.— Una pluma negra que representa a nuestro querido ángel caído, Patch. Unas bridas como símbolo erótico de Christian Grey, un cigarrillo encendido como Travis Maddox y uno apagado como la metáfora de Augustus Waters.

Alice me dió una mala mirada.— Todo representa a personajes literarios, Ody.

—Lo sé— le guiñé un ojo.— ¡Por poco se me olvida! Un chorrito de café del color del cabello de Cuatro y por último, pero no menos importante, una pequeña piedra lunar azul que represente la estela de Jace.

La pelirroja bufó— ¿Has terminado?— asentí con lentitud.— Yo solo voy a echar un chorrito de la colonia que anuncia Dylan Kass.

—Tu actor favorito, como no —reí negando con la cabeza.

—¡Eh!— Alice me señaló con su dedo acusatorio— Tu tienes tus libros, yo a mi Dylan ¿Vale?

Sin decir palabra, mi amiga abrió un pequeño bote que reconocí como la colonia masculina que había dicho y dejó caer un poco de su líquido en las llamas.

Cuando me dí cuenta ya era tarde.

Las llamas habían crecido en tamaño, llegando casi al techo.
El alcohol de la colonia había echo la función de combustible.
Empecé a gritarle y desesperarme por encontrar la solución de apagar todo aquello.

—¡Mierda Alice! ¿Cómo lo apagamos?

—¡Lo siento! ¡No me dí cuenta!

—¡ESO DA IGUAL AHORA! ¡PIENSA ALGO, RÁPIDO!

Y lo hizo.

Mi gran amiga cogió su teléfono y salió corriendo del piso.

***
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En el siguiente capítulo aparecerán nuestros amigos!!!

Entre líneasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora