Prólogo: "El arte de arruinar un encuentro perfecto".

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Cuando Dazai observa el camión de mudanza, supone que su vida se ha acabado.

Tiene once años y está completamente solo. Eso sin contabilizar a su "adulto a cargo", que de adulto tenía solo la edad.

Dazai tiene once años y su vida se ha terminado definitivamente. Abandonado, sin amor y obligado por Mori a bajar las cosas del camión porque él debe hacer algunas diligencias sobre el departamento.

Su vida es horrible e injusta.

Quiere situarse en frente del vehículo y que le pase encima.

—¿Necesitas ayuda? —pregunta una vocecita a sus espaldas. Dazai no se voltea.

—Lo único que necesito es un trago de detergente —responde de malhumor.

Voltea abrazando una caja y se topa con un niño pelirrojo al menos una cabeza más bajo que él. Su nariz tiene algunas pecas graciosas y sobre su mejilla yace una bendita blanca. Su ceño está fruncido, como intentando entender porqué querría beber detergente.

Dazai no sabe qué decir para no quedar tan mal, y el chico frente a él no se lo facilita al escrutarlo tan intensamente con sus ojos azules. Porque tiene unos ojos azules grandes y curiosamente hipnóticos. Era bonito.

—Eres raro —sentencia.

Bueno, no se lo puede negar.

El chico voltea y Dazai ve en su dirección a una pelirroja que parecía estar observándolos.

—¿Es tu mamá? —pregunta, intentando cambiar el tema.

—No tengo mamá —le responde como si nada. Dazai siente los brazos acalambrados, pero no quiere moverse.

—Bienvenido al club —dice con ironía. El pelirrojo ladea la cabeza.

—¿Hay un club para los que no tienen mamá?

—Espero que no, sería muy depresivo.

Se vuelven a sumergir en un silencio incómodo. Dazai quiere golpearse por ser tan idiota.

—Aún no me dices tu nombre —recuerda Osamu.

—Oh, sí. Soy Chūya Nakahara, vivo en el edificio que está en frente.

O sea que era vecino del pelirrojo bonito. Dazai decidió que ya no estaba taan mal esa mudanza.

—¿Y tú eres. . . ?

—Soy Dazai.

Asiente y se balancea sobre sus pies. Parece genuinamente incómodo, o quizás no está acostumbrado a tratar con niños que en vez querer jugar a las atrapadas desea tirarse frente a un tren. 

—Amh. . . ¿Entonces sí quieres ayuda o–. . . —deja la frase al aire frunciendo los labios.

—Puedes ayudarme con la caja pequeña de ahí, no está tan pesada —dice haciendo un movimiento con la cabeza. Chūya frunce el ceño.

—¿Es porque no soy tan alto? —Dazai nota que evita a propósito un adjetivo para su carencia de estatura.

Era distinto decir no tan alto a decir directamente "bajo".

Osamu niega.

—Las demás son muy grandes y–. . .

—Soy fuerte —alega.

—Sí, pero estás chico —dice. No demora en darse cuenta de su propio error—. Digo, no es porque tú seas pequeño y no te puedas otras cajas. O sea, sí eres pequeño, pero eso no está mal, probablemente crezcas cuando seas más gran–. . .

—Ya cállate —masculla Chūya. Se adelanta y toma la caja qua señaló Dazai, su ceño aún está fruncido.

Lo ayudó acarreando cajas y bolsas hasta que ambos están demasiados cansados para seguir. Para ese momento el sol ya está poniéndose y Mori aparece con comida para dos; lo acompaña la pelirroja que vigilaba a Chūya.

—Así que ya se conocen —comenta Mori—. Muchas gracias por tu ayuda, Nakahara-kun.

Chūya solo da un asentimiento.

—Serán compañeros de escuela —anuncia la mujer—. Posiblemente vayan al mismo curso.

Dazai entonces recae en algo. Se adelanta señalando a Chūya y este mismo parpadea sin entender el por qué de su aparente revelación.

—Esperen, ¿entonces tenemos la misma edad?

Una semana para enamorarte. [Soukoku] (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora