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viii. EL NACIMIENTO DE FATE
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NO QUIERO QUEDARME. ME REHUSO terminantemente a hacerlo porque no me siento cómoda aquí. La Torre de las Vengadores ahora está lejos de ser ese lugar que me otorgó unas buenas horas de alegría y paz. Solo es una gran torre deforme de cemento con demasiadas luces y repleta de personas que conocen mi secreto. Uno que solo debería ser sabido por una. Les conté poco y nada, pero de igual forma siento como si les hubiera abierto un extenso libro que relata mi vida, dejándoles leer desde el principio hasta el final con un intermedio medio borroso.
Natasha y Steve debieron haberse sentido sumamente arrepentidos, porque me insistieron hasta el cansancio para que me quede aquí hasta mañana. Me negué varias veces solo por llevarles la contraria, ya que en serio lograron hacerme enojar. Finalmente decidí aceptar su oferta, mordiendo mi lengua para no mencionar los nombres de las personas que seguro los calmarían. Por ahora no les mencioné que conozco a Makena y a Orfeo, lo iba a hacer durante el interrogatorio para distraerlos, pero no dije nada para no exponerlos ante sus amigos que probablemente vieron cada segundo de lo ocurrido. No creo que la pelirroja hubiera reaccionado de mala manera, lo reservé especialmente por el Capitán América. Tal vez jamás les ha mencionado a sus compañeros sobre el hombre que estuvo a su lado durante la Segunda Guerra Mundial, que luchó junto a él. Que perdió todo por él.
Tampoco es como si quisiera contar su historia, eso es trabajo de Steve, o de Orfeo, si algún momento se digna a aparecerse por la Tierra. Si alguna vez podrá.
Despejando a mi amigo de mi mente, intento dormirme, pero se me hace imposible. Temo que de arrojarme a los brazos de mis sueños las nornas me atrapen y me lleven a la Fortaleza del Yggdrasil de nuevo. Que me castiguen por haberle revelado mi verdadera esencia no solo a un humano como les había dicho, sino a siete (seis, en realidad, Thor ya lo sabía. Y nueve, si cuento a Maria y Helen, pero ellas solo me vieron). No tengo idea qué clase de penitencia podrían darme, pero no dudo de que se las ingeniarán para que me arrepienta de mis acciones. Ya no hay vuelta atrás. Lo único que puedo hacer es rogarle de rodillas al universo que mis creadores no hayan presenciado mi interrogatorio. De ahí a que cumpla mis plegarias hay una vasta distancia que no estoy segura que sea atravesada.
