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o. POR LA PRESENTE TE CASTIGO... POR TU ALMA
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🪞Santuario de los Espejos, Castillo de las Nornir, Bodaurdans ⏳Siglo XV
LA PALABRA HOGAR NO ESTABA EN EL vocabulario de Hada. Sí, vivía en un castillo repleto de dísir y nornir menores, algunas eran sus amigas, otras no tanto, pero no se sentía en su hogar. No estaba cómoda allí, ni feliz, ni triste. No sentía nada. Era como si su alma estuviera apagada en un cuerpo que aún se seguía moviendo. Ese planeta oscuro y desolador no era para ella.
Bodaurdans escaseaba de diversión, de alegría y de amor. El silencio solía reinar los extensos pasillos y cuando no, lo único que podía oírse eran los gritos de los hombres siendo torturados por las dísir. Hada siempre había intentado prohibirles que llevaran hombres al reino, pero Nilsine le había dicho que las dejara en paz. Que se divirtieran. Eso Hada no lo consideraba diversión.
—Si se aburren que jueguen a las escondidas, no a la tortura —era ignorada, pero al menos demostraba su desacuerdo constante.
Y la hora más aburrida del día era en la que tenía que visitar a la Diosa de las Profecías en su eterno encierro. Hacía bastantes siglos, Odín, el Rey de Asgard, le había encomendado esa tarea para proteger a ciertas personas que el Padre de Todo no quiso revelarle. Al ser joven, aceptó enseguida, demostrando no saber en lo que se estaba metiendo. No había día en que no se arrepintiera por ello, vigilar a esa Diosa histérica eran horas perdidas en las que podría estar vigilando Midgard. Y salvarse de sus salvajes y desesperados gritos.
—¡HADA! ¡NO TE ATREVAS A CERRAR ESA PUERTA, NORNIR INSIGNIFICANTE! SOY UNA DIOSA, RUBIA TONTA. CUANDO ESCAPE DE AQUÍ ACABARÉ CONTI...
Hada cerró la pesada puerta de metal, aliviada de insonorizar los gritos de Génesis, pero sintiendo una terrible jaqueca aproximándose. En un reino tan insulso y vacío de alegría, no debería dolerle la cabeza, porque literalmente no hacía nada que la cansara o la exaltara. Pero la Diosa de las Profecías era una experta en cuanto a irritar se trataba. Ya se estaba frotando las sienes, en busca de calmar el pálpito constante de su frente.