Idealista y Realista

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Emma

Llegué a la oficina antes que Regina. Cuando entró, casi a las diez, la saludé con sarcasmo.

—¿Levantándote tarde? Tal vez pueda recomendarte algo que te ayude a dormir.

Esperaba una respuesta digna de que me sonrojara. Pero ni siquiera estaba segura de que me hubiese escuchado.

—Hola. — desapareció en su oficina y de inmediato se puso al teléfono y se metió en lo que sonaba como una acalorada discusión.

Después de oírla colgar, le di unos minutos para que se instalara y luego le llevé los mensajes de la mañana a su oficina. Regina estaba de pie detrás de su escritorio, mirando por la ventana y bebiendo un café. Parecía estar a un millón de kilómetros de distancia.

Estaba a punto de preguntarle si todo estaba bien cuando se giró y obtuve mi respuesta. No se había peinado, su blusa normalmente crujiente parecía haber salido de una botella y tenía círculos oscuros debajo de sus ojos normalmente brillantes.

—Te ves terrible.

Forzó una media sonrisa.

—Gracias.

—¿Está todo bien?

Se frotó la parte posterior del cuello durante un minuto y luego asintió.

—Solo basura personal. Estaré bien.

—¿Quieres hablar al respecto? Soy buena escuchando.

—Hablar es lo último que necesito. Pasé dos horas al teléfono anoche. Ya he terminado de hablar.

—Bien. Bueno... ¿qué más puedo hacer? ¿Qué necesitas?

A pesar de que lucía como que estaba atravesando el infierno, un destello de Regina pareció aparecer. Arqueó una ceja en respuesta.

—De alguna manera dudo que me necesites para eso, Regina.

Sonrió.

—Definitivamente me habría ayudado a dormir anoche.

Hablamos durante unos minutos, y luego señalé mi oficina.

—Tengo una videoconferencia en unos minutos, así que no podré contestar los teléfonos durante una hora. Después de eso, estoy bien hasta una cita presencial a última hora de la tarde.

—No hay problema. Yo me encargo de los teléfonos.

—Gracias. —fui a darme la vuelta, luego recordé lo que quería preguntarle esta mañana antes de que él llegara —. ¿Te importaría si cuelgo una pequeña pizarra en la puerta de mi despacho? Tengo esas cosas pegajosas para adherirlo, así que no dañaré la puerta.

—Adelante.

Después de pasarle otra llamada a Regina, me las arreglé para colgar la pizarra en mi puerta antes de mi video llamada. Mi plan era escribir una declaración reflexiva y motivadora en ella cada día, como siempre lo había hecho en mi sitio web cuando mi asesoramiento era estrictamente a través de videoconferencias y llamadas telefónicas. Ahora que la gente me visitaba, quería continuar la práctica.

Dado que mi cita aún no había sonado en mi computadora, tomé mis gafas y fui al diario en el que guardaba pensamientos y citas relacionadas con relaciones de pareja. Miré hasta que encontré una que me gustaba. Lo transcribí textualmente en la pizarra.

Soplar la vela de otra persona no hace que la tuya brille más.

Hoy haré que mi cónyuge brille por _________.

SELF-CENTREDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora