Capitana Squirteitor

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Emma

Algo pasaba.

Las puertas de la oficina se habían cerrado de a portazos durante toda la segunda mitad de mi sesión de asesoramiento telefónico. En los últimos diez minutos, también habían comenzado los gritos. Una voz era la de Regina muy enfadada, y la otra era de Mérida, que acababa de llegar.

Con frecuencia, ella hacía investigaciones para Regina, pero lo que estaba ocurriendo parecía mucho más personal que un simple caso. Después de disculparme de nuevo con mis pacientes, al mentirles y decirles que iba a hablar con el equipo de construcción por su lenguaje; colgué y me dirigí hacia la puerta cerrada de la oficina. Me detuve al oír mi nombre.

—¿Emma? ¿Qué diablos tiene ella que ver con esto?

—Kathryn básicamente le dijo al tribunal que estoy durmiendo con una ex convicta.

—¿Una ex convicta? ¿Qué hizo? ¿Tuvo una multa de estacionamiento?

—Es una larga historia, pero fue detenida por indecencia el mes pasado.

—¿Qué?

—Ocurrió cuando ella era adolescente. Fue una pequeña multa por inmersión que se convirtió en una orden porque no había pagado. Es un delito menor... nada más serio que una multa de estacionamiento. Pero, por supuesto, Kathryn está haciendo que parezca algo más. En la petición la llama ex convicta con una predilección por el exhibicionismo. Y también agregó que se trataba de la misma ex convicta que recientemente causó que Henry se quemara.

—Mierda

—Sí. Mierda. Eso no es lo peor. Podría convencer al tribunal de Nueva York con la mierda que los jueces escuchan aquí todos los días. Pero, presentó la moción de cambio de custodia en Atlanta.

—¿Cómo puede hacer eso cuando ambas viven aquí?

—Acabo de llegar de su apartamento. Se ha ido. El portero dijo que se fue ayer y le dio una dirección de reenvío. Su casa está vacía. ¡Jodidamente se mudó!

(....)

Regina no era una gran bebedora. Tomaba un vaso de whisky o una copa de vino ocasionalmente, o dos, pero bajarlos de un golpe no era algo que la había visto hacer.

Hasta esta noche.

A pesar de que me había asegurado que nada de esto era mi culpa, aún me sentía culpable por provocar que ella luciera como una madre no apta. Nos sentamos en su apartamento; ambas habíamos liberado nuestros horarios de la tarde.

Le había prometido a Mérida que Regina iba a estar en el aeropuerto para su vuelo mañana por la mañana. Las dos iban a volar a Atlanta para intentar hablar con Kathryn, y me alegraba mucho que Regina no fuera sola. Ni siquiera podía decir el nombre de su ex esposa sin gruñir.

Cerrando la puerta detrás de Mérida, bloqueé la cerradura de la parte superior, tomé la copa de Regina de la encimera de la cocina y vacié el resto por el desagüe. Luego fui al sofá donde yacía con un brazo cubriendo sus ojos. Desabroché las cintas de sus tacones y empecé a quitárselos.

—¿Estás intentando desnudarme? — dijo, articulando mal las palabras — a la mierda los tacones. Quítame los calzones.

Sonreí. Incluso borracha, seguía siendo la misma.

—Son casi las once. Tu vuelo es en diez horas. Calculo que necesitas dormir un poco. La mañana puede no ser demasiado amable con tu cabeza.

Sus tacones resonaron contra el piso cuando se los quité. Le regalé un dulce beso en el empeine de su pie derecho.

SELF-CENTREDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora