capítulo 17: un cuento de miedo mental. Parte I.

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Habían pasado solo dos semanas y se sentía como años lejos de ella. Sus ojos, llenos de miedo, confusión y algo más, rabia, mucha rabia. ¿Acaso escuchó lo que le dije?. Todo su cuerpo estaba tenso. Respiro profundo tratando de controlar mi respiración que se empieza a agitar.

El nudo.

El maldito nudo en la garganta que tengo cada vez que pienso en eso.

Y ahora resulta peor, ahora debo hablar de ello.

—Aquiles— mi padre entra pesadamente al cuarto con la cara roja llena de lágrimas— se irá... Dentro de poco se irá.

Los recuerdos son tormentosos. Siempre lo he sabido.

Para mí, recordar es estar en el mismo infierno.

—Él se irá...— el nudo ahoga mis palabras y hace que me las vuelva a tragar. Volteo a ver hacia otro lado. Mis lágrimas me hacen presentes en mis mejillas. Me cuesta respirar de nuevo y temo porque me dé otro ataque de pánico. Cierro mis ojos y trato de calmarme para seguir contándole. Cuando los abro giro hacia ella, pero ya no está, la busco con la mirada y la veo de espaldas, agarra su bolso y empieza a descender la colina— ¿Es en serio?, Vengo aquí a explicarte algo y ¿solo te vas?.

—¡No te pedí explicación!.— Se detiene y corro hacia dónde está. Ella tiene sus dos manos en su cabeza, como si le doliera de tanto pensar.

—Pero te la quiero dar.

—¡Dos semanas!, ¡Dos malditas semanas, Aquiles!. Y ahora es que te digas a aparecer con lágrimas en los ojos a decirme algo que ahora no quiero oír. ¡No utilices tus lágrimas para chantajear.

—¡Alosson se va a morir, maldita sea!.— interrumpo su discurso con rabia. Un gran silencio reina entre nosotros. Siento mis mejillas rojas de tanta ira contenida, y lágrimas, un mar de lágrimas que evito con todas mis fuerzas, que se desborde una vez más.

No ahora.

El silencio abismal reina entre nosotros, solo se escucha el sonido del viento fusionándose con nuestras respiraciones.

—¿Q-que?— es lo único que sus preciosos labios logran emitir.

Solo estoy ahí de píe frente a ella, en silencio, tratando de que sus ojos grises me liberen de esta pesadilla. Ella lentamente toma mi mano, me mira con la misma intensidad que yo la miro a ella. Observo sus dedos, están pálidos como de costumbre, sus nudillos están algo rosas, sus uñas largas y sutilmente preciosa me emboban. Su tacto es suave y cálido, se acerca más y lentamente me envuelve en sus brazos.

—¿Quieres que te cuente un cuento?— ella asiente ante mi petición. Se separa de mí y con mi mano unida a la de ella, me guía hasta la cima de la colina de nuevo. Nos sentamos en el pasto al lado de una gran roca con forma de cigarrillo. Aún en silencio solo observamos. Observamos la ciudad con sus infinitas luces, observamos el pasto, ahora tornado de un verde bastante oscuro e intenso gracias a la luz de la noche, mis ojos nadan hasta sus pies frente a los míos y suben hasta sus brazos, abrazando su cuerpo, sus muchos lunares, más de 10 para ser exactos, me saludan, y de cierta forma siento como su ser me reclama mi ausencia.

La extrañé. Dios, la extrañé tanto.

La extrañé como solo un alma solitaria puede añorar compañía e implorar ruido.

Porque el silencio es aterrador.

El silencio aturde, atormenta.

Si te vas hazlo ruidosamente,

Pero por favor, cariño

No lo dejes todo silencioso.

Porque mi ser no soportaría estar ni un segundo sin el ruido del chasquido de tus dientes al sonreír.

Hasta Que Las Estrellas Se Apaguen ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora