El amigo fiel

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Hola, ¿os acordabais de mi persona? ¡He regresado! (por fin). Siento el retraso, pero la vida y el trabajo me están consumiendo y cuando no es una cosa, es otra. Agradecer a las 1000 personas que de media se pasan a leer el capítulo, sigo alucinando como el primer día. Agradecer, también, a mi beta por su paciencia, eficacia y rapidez. Esto no estaría donde está sin ti. 

Por último, gracias también a la gente que se interesa por mí y por mi trabajo, que me manda mensajitos, que me cuenta por qué el capítulo le ha llegado especialmente...dais vida a esto. Espero que este capítulo guste como los demás, a sabiendas que tiene un protagonista que no es muy querido. Sin más, disfrutad y dadme feedback. ¡Os leo!

24 diciembre 1981

Una de las cosas favoritas de Amelia en los días de fiesta era el olorcillo a comida casera que desprendía su casa. En pleno invierno, con el frío empañando los cristales y la escarcha anidando en los coches, el calor del hogar junto el aroma de lo que parecían magdalenas en el horno eran algo así como gloria bendita. Al salir de la ducha aquella mañana, todavía con el albornoz puesto, se acercó lo más sigilosa posible a la cocina para inspeccionar si sus sentidos la estaban guiando bien. No había tocado aun la puertecilla del electrodoméstico cuando una Luisita enfadada, con delantal puesto y moño mal recogido, le pegó tal grito que la sobresaltó. Hubiera jurado que algún vecino también habría saltado unos pisos más arriba.

-¡AMELIA LEDESMA! -con la varilla todavía llena de un líquido viscoso le dio en la mano. Amelia hizo gesto de desagrado; se acababa de duchar como para llenarse de algo pegajoso. -¿A ti te parece normal? ¡Descalza, recién duchada y tocando el horno! -la apartó a empujones.

-Pero Luisita, que no iba a tocar nada, solo abrir un poquito -le hizo una mueca divertida, pero el rictus de seriedad de su pareja no se movió un palmo.

-Te puedes electrocutar, a mí no me hace gracia -la siguió empujando hasta que acabaron en el salón. Su nuevo piso tenía una de las modernas "cocinas americanas", algo que Amelia adoraba por su utilidad y algo que Luisi odiaba porque mezclaba los olores de la cocina con los de la casa.

-No me iba a pasar nada. Además, ya estoy seca. Mira, tócame – se bajó un poco el albornoz en el hombro izquierdo, cogió la mano izquierda de Luisita y la posó sobre él -¿ves? Ni pizca de humedad.

-No me tientes a meterte bajo la ducha otra vez -esta vez sí, la expresión de Luisi se había transformado muy a su pesar, pasando de ser de enfado a picardía. Lo intentaba disimular con todas sus fuerzas, pero su media sonrisa y las cejas enarcadas, así como el marcadísimo rubor de sus mejillas, no dejaba lugar a dudas.

-¿Me vas a obligar? -sin darle tregua a responder, Amelia la agarró por la cintura atrayéndola hacia sí.

-Es posible. Estoy llena de masa, azúcar glas y huevo, por no hablar de lo muchísimo que he sudado -entrecerró los ojos al tiempo que sacaba el dedo índice lleno todavía de harina y huevo y se lo acercaba a la cara – tú sabrás.

Por instinto la morena dio un paso atrás, lo que hizo que Luisi rompiera a reír. La conocía demasiado bien como para saber sus costumbres, como por ejemplo que odiaba mancharse recién salida de la ducha. Había ocasiones en las que postergaba maquillarse o comer con tal de no ponerse en riesgo y no sentirse en la necesidad de ir de nuevo a limpiarse. Era una manía un poco absurda y excéntrica, como lo son todas las manías, pero a Luisi le parecía adorable.

-A veces te odio tanto...-susurró Amelia.

-Ni con esas te voy a decir qué estoy preparando-

-Ahora te odio más todavía -Luisi dio un paso más hacia ella.

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