Pasó toda una semana y aun no me familiarizaba con el lugar por completo. Cada minuto que pasaba se me hacía más largo, esperando ansiosa el regresar a mi hogar. Tal vez eso fuera en parte mi culpa, puesto que había evitado concienzudamente salir, o al menos en la medida de lo posible, para no tener que encontrarme con Alexander o con uno de sus amigos de nuevo. Sabía que conocerlo me había afectado más de lo que nunca admitiría, y no iba a permitirme el enamorarme de él, aún menos sabiendo que tenía una relación. Y yo también.
Olivia y Melissa prácticamente me tuvieron que sacar arrastrando de la casa, alegando que no podían soportar estar encerradas mucho tiempo más. Traté de convencerlas de que fueran solas sin mucho éxito, y en menos de una hora ya estábamos caminando por las tranquilas calles de Londres.
Tampoco es que hubiera mucha variedad para ver, ya que la mayoría del espacio lo ocupaban las casas. Todas eran enormes y hermosas, pero se volvía monótono en poco tiempo.
Después de un rato de caminar, Melissa ahogó un grito y se empezó a arreglar desesperadamente el cabello, preguntándonos a Olivia y a mí si se veía bien. Asentimos mientras buscábamos el motivo de su repentino cambio de humor. Casi me caigo de espaldas al ver a lo lejos precisamente lo que había querido evitar por los últimos días: a unas casas de distancia, estaban Nicholas, James y... Alexander.
Tardé un minuto en darme cuenta de que habíamos estado caminando en dirección a su casa todo el tiempo, y por alguna razón sabía que no era coincidencia. Al ver a Nicholas, Olivia soltó una risita tonta y empezó a arreglarse también. La miré con desaprobación, pero ella solo se encogió de hombros.
-Lo siento -dijo sin emitir ningún sonido.
No podían haber sido más obvias de ser posible.
Llegaron hasta nosotras riéndose, y sospechaba que a nuestra costa. La verdad es que estaba paranoica al pensar que era por eso, pero no podía evitarlo. Era claro que habían visto a mis amigas y su desesperado intento de verse mejor.
-Buenos días, señoritas -saludaron educadamente.
-Buenos días.
Tenía la cabeza baja, y al alzarla, me encontré con la mirada penetrante de Alexander sobre mí, esperando a que dijera algo; ya que, de las tres, mi "saludo" había sido un patético asentimiento con la cabeza y evité verlo en el proceso. Ahora no podía ver hacia otro lado aunque quisiera. Sus enormes ojos verdes me tenían hipnotizada y estática en donde estaba. Tanto sus amigos como las mías lo notaron, pero no hicieron comentarios al respecto.
Después de un incómodo silencio que duró pocos minutos, fue James quien habló.
-Bien... pues... ¿Les gustaría acompañarnos?
Ellas no tardaron en aceptar. Casi saltaron de alegría y se pararon al lado de su respectivo prospecto. Yo no me moví de donde estaba, ganándome la mirada ansiosa de Olivia.
-¿No vienes? -preguntó Alexander.
-Yo... no creo que sea una buena idea.
-¿Por qué no?
-Bueno... yo... -"Perfecto, Ashley" pensé "empieza a tartamudear como idiota" -. Solo creo que sería mejor que fueran sin mí.
-En realidad, no lo creo -intervino Melissa. Le lancé una mirada inquisitiva que ella ignoró-. Supongo que notarás que, sin ti, somos un número impar de personas. Creo que a Alexander le gustaría que lo acompañaras, como Olivia y yo acompañamos a James y Nicholas.
Los demás asintieron casi imperceptiblemente ante sus palabras, menos Olivia, quien nunca había tenido la discreción entre sus virtudes. Ella tenía una sonrisa de oreja a oreja en el rostro.
Traidoras.
-Está bien -acepté.
En contra de lo que pensaba, el día no fue tan agonizantemente aburrido como había supuesto. Acababa de descubrir una fascinación por el teatro que no sabía que pudiera tener, considerando que lo que acostumbraba a hacer en mí época no se parecía en nada. Era sorprendente lo entretenido que resultaba.
Terminamos recorriendo las partes más importantes de West End hasta llegar a una especie de salón, donde Nicholas, James y Alexander pretendían hacernos bailar, a pesar de nuestras múltiples suplicas.
El lugar olía a tabaco por todos lados, gracias a los cigarrillos encendidos entre las manos de hombres y mujeres por igual. La música estaba a todo volumen, al punto de hacer vibrar las ventanas, pero la gente no parecía percatarse de eso o no les importaba; estaban absortos en las mujeres que bailaban charlestón sobre una especie de escenario, gritando de vez en cuando. No era mentira cuándo me dijeron que a esos años se les conocían como los "Felices años veinte". Ahora me quedaba claro.
Terminé exhausta después de mi largo día por Londres. Estaba impresionada por todas las cosas que nunca imaginé que podría ver en lo que antes era mi vida, o al menos no de la misma manera; y esa era la razón a la que atribuía la tonta sonrisa en mi cara.
Comía un pedazo de pastel mientras miraba desde el balcón de mi habitación hacia el cielo, sin poder dejar de pensar en lo que había hecho durante la tarde y las nuevas y potentes emociones despertándose en mi interior. Sabía que no estaba bien, sobre todo porque la frase "Tienen prohibido enamorarse" no dejaba de asaltar mis pensamientos cada vez que me sumía en un pensamiento agradable.
Me pregunté si, a pesar de todo, yo podía volver y Melissa y Olivia quedarse ahí. No era que quisiera abandonar a mis amigas, pero ellas parecían felices ahí con James y Nicholas. En mi caso, era totalmente diferente, ya que ni yo estaba libre ni Alexander tampoco. Tal vez lo mío no contaba, porque en ese momento faltaban muchos años incluso para que los padres de Daniel nacieran, así que, en teoría, ni siquiera existía aún. Pero Kiara estaba viva y yo no podía hacer nada al respecto, salvo evitar enamorarme de Alexander para regresar a mi época y dejar de preocuparme por ella.
Sí, eso iba a hacer.
El sonido de algo cayendo hizo que me despertara abruptamente, bañada en sudor y con la respiración acelerada. Tardé un momento en darme cuenta de lo que estaba pasando: no sabía lo que había soñado, pero debía de ser malo, porque ahora estaba en el suelo con las cobijas enredadas en mi cuerpo y una lámpara hecha añicos a mi lado.
La luz empezaba a entrar a través de las cortinas, por lo que supuse que no podría volver a dormir.
Me quedé un momento quieta, tratando de calmarme y al mismo tiempo recordar lo que pudiera haber hecho que me cayera de la cama. Me llegaban imágenes borrosas que no pude aclarar, junto con algunas voces parecidas a gritos. Uno en especial me llamó la atención: una voz distorsionada por las lágrimas gritaba "No puedes dejarme". Por un momento pensé que era mí propia voz, aunque no se me ocurría una razón por la que podría estar gritando eso ni a quién.
Bajé sigilosamente a la cocina, ansiosa por calmar lo que sea que estuviera pasando conmigo comiendo.
Me alegré al ver el resto del pastel de chocolate que había comido unas horas antes sobre la encimera y comprobar que aún quedaba bastante. Tomé un plato y me acerqué al pastel para quitarle la tapa que lo cubría cuando sentí una presencia detrás de mí.
Volteé con cuidado, esperando que fuera solo un producto de mí imaginación, pero no lo era.
Lo siguiente que supe fue que solté el plato y éste se rompió al impactar contra el suelo.
No, no era posible.
Ella no.
-¿Te diviertes?
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Prohibido Enamorarse
FantasySi un día despertaras en una época que no es la tuya, ¿Qué harías? Ashley Blake, hija de uno de los hombres más poderosos de Nueva York, despierta una mañana en un lugar totalmente desconocido para ella. Encuentra una nota, donde, asustada, descubre...