Capítulo 4

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Pasaron solo unos segundos antes de que saliera de mi trance y contestara.

–Ash… Eloise Maxwell

–La hija de Anthony Maxwell, supongo.

–Así es.

–Bueno, pues mucho gusto –me tendió la mano, esta vez para saludarme.

–Igual.

–¿Quieres… entrar?

–Claro.

No habíamos dado más que unos cuantos pasos cuando oímos un agudo chillido. Al principio creí que era una niña, pero después de ver la expresión irritada de Alexander y oír lo que decía esa misma voz, entendí que no lo era.

–¡Alex, amor!

–Creo que me encontró –susurró para que solo yo pudiera oírlo.

Vimos a una chica delgada y rubia, con un largo y costoso vestido correr hacia él y colgarse de su cuello, para luego besarlo. No había notado mi presencia.

–Hola, Kiara.

Me sentí incómoda al presenciar la escena. Por alguna razón, me molestó ver a alguien más con él. Me reprendí a mí misma por la dirección que estaban tomando mis pensamientos. Acababa de conocer a Alexander, así que no podía gustarme. Yo salía con alguien, y al parecer él también. Que hubiera puesto cara de disgusto al verla no significaba nada.

Desaparecí discretamente de ahí entrando a la casa otra vez. Olivia estaba a punto de salir. Venía con prisa, pero conseguí no chocar con ella. Dos caídas en menos de diez minutos sería demasiada mala suerte.

–¿Dónde diablos estabas? –me reclamó–. Llevamos buscándote por la última media hora.

–L… lo siento. Me perdí.

–¿Estás bien? –preguntó mi padre.

–Perfectamente.

–No te habrá gustado el hijo de los Greenwood, ¿Verdad?

–¡No! –grité, haciendo que varias personas se fijaran en mí. Al ver que no pasaba nada más, volvieron a lo que estaban haciendo.

–Bien, ya entendimos. No tenías que gritar.

–Oye, ¿Y Melissa?

–Se quedó hablando con el hijo menor de los Thompson –contestó mi padre.

Olivia y yo nos miramos y recordamos la nota. Decía “Tienen prohibido enamorarse”, ¿Y qué es lo que hizo? Vio a alguien guapo y fue por él. No se nos hizo raro, pues ella era así, pero queríamos regresar a nuestra época.

–No puede ser –dijimos al mismo tiempo.

–¿Pasa algo?

–No, solo… tenemos que… Olivia, ¿Qué tenemos que hacer?

–Tenemos que decirle algo –sonrió forzadamente.

–Pues vayan por ella. Cuando la encuentren, díganle también que están a punto de servir la cena.

–De acuerdo.

Caminamos entre toda la gente que estaba en el salón, saludando educadamente a unos cuantos, hasta que divisamos a Melissa con el que debía ser el hijo de los Thompson, hablando animadamente. Admito que tenía buen gusto.

–Oh, ahí están. Olivia, Eloise, él es James.

–Encantado de conocerlas –sonrió.

–Igualmente.

–Melissa, están por servir la cena. Debemos irnos.

–¿Podría acompañarnos James?

–Bueno… –dudé. No era una buena idea, pero sería grosero rechazarlo–. Está bien.

–Genial. Vamos.

Tomó la mano de James y lo jaló para que caminara. Él, sorprendido, la siguió.

Llegamos hasta una larga mesa, donde varios de los invitados ya estaban acomodados, esperando su comida. Al parecer estaban acomodados por familia. Los Greenwood estaban en un extremo, con los Evans a su izquierda y los Maxwell a la derecha. Me senté en una de las sillas, mientras los demás buscaban su apellido. Para Olivia y Melissa no había más que una etiqueta diciendo “Señorita…” y su apellido. Fueron llegando los demás, y descubrí, para mi sorpresa, que Alexander iba sentado exactamente enfrente de donde estaba yo. Me sonrió, a lo que correspondí inconscientemente. Kiara estaba sentada casi al otro lado de la mesa, y, al vernos, me dirigió una mirada totalmente aversiva. La ignoré, por supuesto.

Una vez que todos estaban acomodados en sus respectivos asientos, de una puerta salieron unas personas con diferentes bandejas, ollas y platos de comida. Enseguida se extendió por el cuarto un aroma delicioso. No fui la única que lo notó, porque varias personas también voltearon a ver de dónde provenía. Se pusieron al lado de cada uno de los invitados que estábamos ahí y nos sirvieron una especie de crema. No sabía de qué era, pero el sabor era muy bueno.

Todos comimos en silencio. No sabía si eran los modales de entonces o era porque, debido al tamaño de la mesa, no escucharíamos bien a los que estuvieran lejos. De cualquier manera, a mí no me preocupó eso. Pasé gran parte de la cena intercambiando miradas furtivas con Alexander.

Íbamos en el postre cuando oímos el sonido de un cubierto chocando contra una copa. Era Louis Greenwood, el padre de Alexander. Cuando logró que le pusiéramos atención se paró de su silla y empezó a hablar.

–Primero que nada, quiero darles a todos las gracias por estar aquí esta noche. Este es un evento que mi familia y yo habíamos estado esperando por un tiempo bastante largo. Y estoy especialmente feliz por lo que están a punto de oír. Pero no se los voy a decir yo. Démosle un aplauso a Anthony Maxwell.

Se oyó el estruendoso aplauso de todos los presentes, increíblemente sincronizado. Mi padre se paró también con una sonrisa. El señor Greenwood se sentó.

–Gracias. Bueno, hace poco Louis y yo estuvimos hablando y se nos ocurrió un proyecto. Será un poco tardado, pero hará que las empresas Maxwell y Greenwood ganen millones de libras. Este proyecto no sería un éxito sin el apoyo de todas las personas que creen en nosotros, así que ambos coincidimos en que dos personas muy importantes para nosotros serán las principales que  nos ayuden con su realización. Ellos son, el hijo de Louis, Alexander  Greenwood y mi hija, Eloise Maxwell.

Volvieron a sonar los aplausos y yo busqué la verde mirada de Alexander, quien al parecer también buscaba la mía. Sonreímos por última vez y nos levantamos, para sentarnos casi enseguida, mientras mi padre explicaba en qué consistía el tan aclamado proyecto.

Poco después acabó la cena y fuimos conducidos al gran salón de baile, que era el principal de toda esa enorme casa. Al fondo de ella había varios músicos esperando para tocar, y unas cuantas sillas para los que se cansaran de bailar y quisieran sentarse. Yo decidí sentarme en una que estaba enfrente de un ventanal. Desde donde estaba podía ver claramente la luna y estrellas que estaban en el cielo. Tan lejos y tan cerca a la vez.

Los pocos que conocía estaban, o hablando de negocios, o bailando con alguien. Hasta Olivia tenía alguien con quien bailar. La canción acabó y todos le hicieron una reverencia a la persona con la que bailaban. Empezó otra canción casi enseguida. Muchos empezaron a ocupar las sillas vacías para descansar o tomar un poco más de champaña. Yo, por mi parte, también tomaba una copa mientras seguía viendo hacia afuera cuando alguien tocó mi hombro. Volteé un poco sobresaltada, pero me tranquilicé al ver quién era.

–Señorita Maxwell, ¿Me concede este baile?

Prohibido EnamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora