Capítulo 7

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Me sostuve de la encimera para no caerme. Estaba completamente paralizada por el terror de ver a esa mujer frente a mí de nuevo. Sus ojos me observaban fijamente, acechándome como un halcón hambriento a un polluelo indefenso. Francamente aterrador.

–¿Q... qué hace usted aquí?

–No gran cosa. Solo quería ver cómo te las estabas arreglando.

–Estoy bien –contesté sonando lo más firme que pude.

–Eso es lo que he escuchado. Sobre todo tomando en cuenta lo mucho que frecuentas a Alexander. Eso no me agrada, querida.

Empezó a moverse por el lugar lentamente, con tanta confianza que casi parecía estar reconociendo lo que veía. De repente se detuvo. Su expresión se tornó fría y calculadora, probablemente debatiendo en su mente lo mucho o poco que me iba a explicar y evaluando mi capacidad para entenderla. Realmente no lo hacía. ¿Cómo esta mujer podría siquiera saber quién era Alexander y estar tan habituada con la casa? Era imposible a menos que...

–¿Quién es usted realmente? –pregunté. Ella sonrió, haciendo que un escalofrío recorriera todo mi cuerpo.

–Es una historia un poco larga.

–Tengo tiempo.

–Ashley, no sabes lo agradecida que estoy de que no me hayas escuchado aquella tarde en la tienda. No fue una sorpresa, por supuesto. Niña rica acostumbrada a recibir lo que quiere... supuse que no sería difícil convencerte para que compraras el vestido por medio de la psicología inversa. Y mírate, aquí estás.

–Por favor –exclamé–, ¿Espera que crea que estoy aquí por una estúpida leyenda?

–Tal vez dejes de llamarla estúpida si te digo que estás viviendo mi vida.

Palidecí al instante, tratando de encontrar cualquier truco que pudiera estar escondido en aquellas palabras. La mujer lo notó, haciendo que soltara una pequeña risa burlona.

–No... no puede...

–Permíteme presentarme: mi nombre es Eloise Victoria Maxwell. Británica nacida en 1906, antes de que lo preguntes.

Me quedé petrificada al recibir aquella información, repitiéndome que tenía que estar soñando y que la situación en la que estaba metida no podía ser real. Sentí mi cabeza golpear contra el suelo y empezar a palpitar gracias a la intensidad del golpe que había recibido. Mi visión se estaba volviendo borrosa y yo apenas estaba consciente de lo que pasaba alrededor. La auténtica Eloise soltó una carcajada, desapareciendo poco después. No podría decir con exactitud si lo hizo en realidad o yo ya estaba alucinando. Lo último que supe fue que terminé inconsciente en el frío suelo de la cocina.

Abrí los ojos desconcertada y con un dolor de cabeza casi insoportable. La intensa luz que entraba por la ventana no estaba ayudando en nada, por lo que levanté el brazo tratando de evitar que ésta me deslumbrara. Con ese simple movimiento, caí en cuenta de que me encontraba tranquila y a salvo en mi cama, como si nada hubiera pasado.

Giré sobre la cama, sobresaltándome al ver el rostro de un dormido Alexander frente a mí. No entendía la razón por la que él estaba en la casa ni por qué había terminado en mi habitación y, como si no fuera suficiente, durmiendo conmigo. No debían de ser más de las nueve de la mañana o Melanie ya habría ido a despertarme, así que, ¿Desde cuándo estaba él ahí?

–Alexander... –susurré, moviéndolo ligeramente para tratar de despertarlo–. Alexander... ¡Alexander!

Mi grito solo sirvió para espantarlo, haciendo que él también gritara, se sentara sobre la cama y su cabeza chocara contra la mía. Ambos caímos en el colchón, agarrando la parte adolorida con ambas manos.

Prohibido EnamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora