Capítulo 3

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Melanie me sonrió tranquilizadoramente al ver mi cara de susto. Entonces era verdad. Por alguna extraña e inexplicable razón, habíamos viajado casi un siglo al pasado.

El jardín era hermoso: había miles de flores de diferentes tipos por todo el césped y el muro que separaba las casas estaba totalmente cubierto de rosas.

 –Wow, que lugar –dijo Olivia sorprendida al ver el jardín. Melissa coincidió.

–Ya cállense las dos –susurré–. Buenos días, papá.

–Buenos días, hija. Olivia, Melissa –las saludó con un leve movimiento de cabeza.

Ellas saludaron de la misma manera. Las tres nos sentamos a comer el desayuno que nos habían servido.

–Melanie nos dijo que tenías algo importante que decirnos –rompí el silencio en el que estábamos comiendo–. ¿Qué era?

–Oh, casi lo olvido. En cuatro horas tenemos que salir. Deben estar listas para entonces.

–¿A dónde iremos?

–Los Greenwood ofrecerán una gran fiesta, y nosotros estamos invitados.

–¿Quiénes son los Greenwood? –preguntó Olivia.

–Son una de las familias más poderosas de Inglaterra.

–Van a ir muchas familias, supongo.

–Por supuesto. Estarán los Evans, Morrison, Wayland, Crowell, Montgomery, Maxwell y claro, los Greenwood. Algunos otros también, pero no recuerdo quienes.

–¿Para qué vamos a ir?

Digamos que, en nuestra situación, ir a una fiesta no era algo que quisiéramos hacer.

–Yo por negocios. Pero me gustaría que me acompañaran.

Me dieron ganas de poner mala cara, pero no lo hice. En mi casa podía hacerlo, pero no tenía ni idea de cómo se tomarían el gesto en esa época.

–De acuerdo –aceptamos resignadas.

Después de desayunar, subimos de vuelta a mi habitación. Apenas cerré la puerta, Olivia me dio un codazo y sonrió divertida.

–Bueno, querida Eloise, como sabrás nosotras acabamos de llegar a este lugar, así que no tenemos más ropa que la que tenemos puesta. ¿Serías tan amable de prestarnos a Melissa y a mí algo que ponernos? –dijo con un torpe acento inglés.

–Por supuesto, querida Olivia –respondí con el mismo tono. Empezamos a reír, pero Melissa no lo hizo.

–Oh, no empiecen –interrumpió nuestras risas–. Vamos, Ashley, enséñanos lo que hay en el armario.

–Revísalo tú.

–Técnicamente es tuyo.

Puse los ojos en blanco y abrí las puertas del armario. El vestido azul seguía sobresaliendo de entre todos los demás. Antes no lo había notado gracias a mi desesperación, pero vi que estaba totalmente lleno de vestidos, de todos los colores y diseños posibles.

–Bueno, no pueden decir que no tienen nada que ponerse.

Solo sonrieron antes de abalanzarse sobre la ropa. Yo, por mi parte, ya sabía lo que iba a usar.

–Señoritas, el auto ya está esperándolas –dijo Melanie entrando a la habitación.

–En un momento bajamos.

–De acuerdo.

Bajamos las escaleras con un poco de dificultad gracias a la cantidad de tela que tenía la falda del vestido, pero logramos llegar al último peldaño sin caernos. Después solo faltó subirnos al auto e irnos.

Cuando llegamos a la casa de los Greenwood, no pude hacer algo más aparte de quedarme totalmente boquiabierta. La casa era el doble de grande de la que sería mía por el mucho o poco tiempo que estaría ahí. Solo el jardín ya era la mitad de ella. La entrada tenía cuatro pilares, sosteniendo un techo alto que, desde lejos, se veía que tenía una ventana, aunque claramente no sabía que es lo que estaba del otro lado. Había un pequeño balcón, donde hablaban animadamente unas cuantas personas mientras tomaban algo que, desde donde yo estaba, parecía champaña.

Mi reacción al entrar no fue muy diferente. Todo, desde el suelo hasta los muebles, estaban perfectamente combinados y ordenados. Ni una cosa fuera de lugar. Y, como era de esperarse, demasiado costoso.

Empecé a ver todo lo que estaba ahí con curiosidad, pero gracias a eso, no me di cuenta de que me había quedado sola en ese mar de gente desconocida para mí. Miré hacia los lados tratando de ocultar mi nerviosismo. Finalmente me rendí. No los encontraba. Supuse que se darían cuenta de mi ausencia e irían a buscarme, así que seguí recorriendo la enorme casa.

Caminé hasta llegar a la puerta trasera, la cual daba a un jardín. Había unas cuantas personas ahí, pero ninguna se fijó en mí. Al fondo del jardín, separando la casa de las demás, había un muro de piedras, que a su vez formaban una pequeña fuente, la cual estaba rodeada de buganvilias. Estaban esparcidas por el pasto varias velas en cuencos de vidrio que iluminaban ligeramente. Era el escenario perfecto para una escena romántica de película, pero era solo eso. No había nada más que el ambiente. Me senté en el borde de la fuente para observar tranquilamente lo que me rodeaba. Algo más lejos, bajo un árbol, había una pareja que reía. Su alegría era contagiosa, así que no pude evitar sonreír.

Después de un tiempo, decidí que ya era suficiente mi espera y me paré para regresar al interior de la casa. Cuando estaba llegando a la puerta, se me ocurrió voltear para ver el jardín una última vez, por lo que no me di cuenta de que una persona venía hacia mí, caminando rápidamente. Me vio demasiado tarde, así que no pudo frenar y se estampó contra mí, haciendo que cayera al suelo.

–L… lo siento, señorita. No la vi.

–No hay problema –dije dispuesta a levantarme. Me tendió la mano para ayudarme y yo la tomé–. Gracias.

–De nada.

Ahí fue cuando alcé la vista por primera vez para ver a la persona con la que había chocado. Estoy segura de que mi cara era la de una tonta, aunque no era para menos. Era demasiado atractivo para su propio bien, empezando por sus enormes ojos verdes y labios totalmente besables.

Me sonrió ligeramente. Si se dio cuenta de mi expresión, la ignoró.

–Mi nombre es Alexander –se presentó–. Alexander Greenwood

Prohibido EnamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora