1.2 - Señor de la Guerra

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—Este es el pequeñín —presenta Ældre, el padre de Mirakel. Un elfo anciano de varios siglos encima, con sonrisa chimuela, porte tan ligero como el viento y una larga barba blanca de unos tres dedos—. Un gólem de guerra.

La máquina enfrente de nosotros era majestuosa. Esta ocupa toda la sala de la cochera y tuvieron que romper las paredes de la sala y la habitación para poder tenerla adentro; roba mi visión al medir tres metros de largo por otros tres metros de ancho y dos metros y medio de alto. Está conformado por cuatro patas de grueso metal, del cual las rendijas dejan ver cientos de tubos, válvulas, pistones y todo tipo de aparatos imposibles de describir. En cambio la parte superior es un cubo de acero con cientos de placas hexagonales a su alrededor en forma de un escudo superior. Todo es la perfecta unión en esta preciosa máquina de guerra.

—Increible. —Se me escapa el comentario al contemplarlo.

—Tienes buen ojo muchacho.

—Soy un adulto. Tengo dieciocho años.

—Dieciocho años y nada son lo mismo para un elfo.

—Señor Ældre —interrumpe Hoved—. ¿Qué es exactamente lo que necesita de nosotros?

—Claro, claro —dice mientras toma asiento en la mesa. En eso aparece Mirakel con un vaso de té para cada uno, por lo que tomamos asiento—. Un amigo mío tuvo ciertos “inconvenientes” con el imperio y tras muchos eventos terminó con esta cosa en su inventario. Así que un día llegó a mi vieja casa y me dijo: Viejacho Ældre. Vamos a beber cerveza y ver putas, ¿sí? Yo me hice mucho del rogar, pero al final me convenció y terminamos montando Svinekøds gigantes junto a las prostitutas. Aún recuerdo esos animales haciendo “Oink” “Oink” “Oink”.

—¿Y cómo terminó con el gólem de guerra?

—Es curioso, pero realmente no lo recuerdo. —Tanta historia para un sin sentido—. Desperté desnudo a la semana siguiente sobre esta cosa y sin memoria de lo que pasó. —Esa borrachera seguro fue salvaje.

Hoved se levanta y comienza a analizar el gólem. Rodea la máquina buscando cada detalle. En eso comenta de cómo estos gólem fueron usados durante la segunda guerra mundial por los vampiros, y se volvieron tan populares que los aliados lo integraron en sus filas en la tercera guerra mundial, con muchas modificaciones como cambiar su cuatro patas por ruedas de orugas.

—¿Porque desea reparar esta cosa? Se nota que es un modelo muy antiguo.

—Esta mañana, mientras pensaba en que mis ahorros se están acabando, llegué a la conclusión de que necesito dinero. Así que pienso reparar esta cosa, hacerles un par de mejoras innovadoras y venderlo. —Tanto Hoved como yo preguntamos ante la palabra “mejoras innovadoras”—. Yo trabajé las últimas décadas como creador de circuitos mágicos, así que pienso diseñar varios circuitos que mejoren la eficiencia de este pequeñín y otras cosas más.

Al final aceptamos el trabajo de reparar las partes dañadas tras mucho insistir del elfo anciano, el cual desea evitar dar explicaciones de porque a tenido una maquina de guerra obtenida de forma ilegal en su sala por más de cincuenta años sin avisar al imperio y por ello le es imposible contratar un equipo especializado de la ciudad.

Lo primero que me ordenan es tomar medidas del gólem, siguiendo con clasificar cada uno de los aparatos en su interior, buscar la posición de todos los circuitos mágicos posible y los lugares más visiblemente dañados.

—Viejo. No pienso bajar el cobro de las reparaciones por menos de trescientos millones de Guld.

—¿¡Trescientos millones!? —Tanto yo como Mirakel gritamos ante semejante cantidad de dinero. ¡Eso son cincuenta años trabajando!

—Señor Hoved —dice el elfo anciano con voz pausada—. Usted sabe que por esa cantidad podría comprar uno en buen estado en el mercado negro. Veamos, ¿qué tal cien millones? —Respuesta negativa—. Si tuviera esa cantidad no pensaria en ganar más dinero; si hago un par de llamadas podría conseguir… ciento treinta millones; tampoco. —El elfo soba su barba por un momento pensando hasta que por fin decide hablar—. Usted no es un experto, es imposible que usted pueda reparar esto con oricalco como el original, así que ciento cincuenta millones; no ciento setenta y tres millones.

Trago saliva. Mi jefe mira entre el anciano y la máquina por un momento.

—Acepto si me da la mitad como adelanto.

—Trato hecho; el pago será dentro de una semana en efectivo. —Tras aceptar el pago, nosotros continuamos tomando notas del gólem mientras que Mirakel, la joven elfa, lleva a su padre a la cocina y comienza una discusión.

~La viajera y el aprendiz~

—¿Qué tal tu día? —pregunto al ver llegar a mi madre del trabajo—. ¿Mucho trabajo en la cocina?

—Estuvo normal. ¿Hiciste algo de comer? —Le señalo el plato tapado en la mesa. Un simple caldo de huevos de Killinger que compré a los vecinos—. ¿Tu hermana qué tal está?

—Como siempre encerrada en su cuarto. Ya se acerca esa época, ¿crees que lo vuelva a intentar?

—Espero que no.

La noche continúa sin nada significativo, por lo que escuchamos la radio mientras charlamos sobre el nuevo televisor que trajo meses atrás uno de los vecinos. La radio en la noche transmitió las mismas canciones de años atrás y los locutores hablaban de los diferentes problemas imperiales como las marchas vandálicas en la capital; e incluso discutieron la posible misión para pisar la luna plateada o tal vez nuestro planeta gemelo.

Mi descanso nocturno es interrumpido por un horripilante estruendo que lo acompaña un chirrido que tortura mis oídos. Ante la desesperación salgo corriendo a la esquina del cuarto.

—¡¡¡HEXE!!! ¡¡¿QUÉ RAYOS ESTÁS HACIENDO ESTA VEZ?!! —El amoroso grito de mi madre me termina de despertar.

—¡No he hecho nada! —Mi hermana grita asustada desde la cocina—. ¡Más bien, el ruido viene de los vecinos!
Tanteo un momento el suelo, con lo que doy cuenta que no es el típico temblor invernal. Tras colocarme un saco, me dirijo hacia la puerta del vecino que produce este infernal ruido; en el trayecto oigo las quejas de todos los residentes del conjunto y algunas maldiciones al perturbador del sueño, Ældre el viejo elfo.

Toco la puerta dos veces; no hay respuesta. Repito los dos golpes; sin respuesta. ¡Maldición! Pateo la puerta varias veces hasta que el grito de una niña me informa que ya me detenga.

—¿Qué desea? —pregunta Mirakel con la puerta entreabierta—. ¡Oh! El niño ayudante. —Quiero quejarme por ese apodo, pero vine por algo más importante.

—Dejanos dormir.

—No puedo. —El ruido retumba en todos lados. El escape de algún gas pita detrás de las paredes—. Ahora mismo estamos trabajando.

—Mira. Todo el conjunto está lanzando imperios contra esta casa, si un espectro es invocado no es mi culpa.

—Niño.

—¡No me llames niño! Soy Held.

—Held… Ahora mismo estamos ocupados y no podemos parar.

Un estallido resuena detrás de Mirakel. Fragmentos del techo de madera comienzan a llover por el alrededor y segundos después un pedazo de metal cae medio metro de nosotros. Trago saliva al pensar lo cerca que estuve de morir.

—Mirakel… —El ruido baja de intensidad y consigue llegar a un nivel casi inaudible, pero con ello una gran nube negra escapa por el hueco que dejó la explosión y las ventanas del hogar—. Espero no vuelvan a hacer ruido.

—De nada. —Su rostro demuestra un sonrojo avergonzado.

Yo me despido y regreso a mi cuarto a dormir, bajo tres capas de tela contra el frío.

La viajera y el aprendizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora