I - "Nuestro peor escupitajo siempre se lo lleva Dios"

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Mattheo Murdock, Matt para los perezosos, estaba cansado y muy harto. Lo suficiente como para que sus dientes rechinaran y sus uñas estuvieran cada vez más cortas, ¡carajo! Ya llevaban semanas estancados y sin una sola pista del monstruo que tanto aquejaba a la cocina del infierno.

La vida se volvía demasiado pasiva y los ciudadanos de Nueva York vivian su día a día sonriendo en las calles y llorando sin consuelo en sus frías y oscuras moradas; todo por el devastador hecho de que estaban consciente de que todos sus seres desaparecidos jamás regresarían nuevamente al hogar del que salieron... Cómo Jack Murdock, el gran boxeador y padre de un abogado defensor ciego con buena reputación y severos problemas con el alcohol: Aunque bueno, lo último no era lo más legal cuando se tomaba en cuenta que estaban en medio de la jodida prohibición.

Eran los fabulosos mediados de los 20's. ¡Sí! Finalmente las mujeres podían votar, derecho que debió de serles concedido en el instante en que la república fue establecida.

— ¿Todo bien allá abajo? —se burló Matt estando demasiado borracho como para sentir la bruma de tener un demonio chupador de sangre chupando otra cosa de su ser ahí en su oficina con su escritorio como única tapadera por si a alguien se le ocurría abrir la puerta -sin seguro- y entrar. El pelirrojo ciego presionó la frente ajena con su pulgar al sentir el agarre demasiado ajustado para su gusto— ¡Cuidado, no te entusiasmes demasiado!

Aún con la compañía del alcohol en su torrente sanguíneo Mattheo era capaz de tener presente la certeza de que su aventura no tendría un buen final.

Estaban muy cerca de dar las tres de la mañana con exactitud y una pista que había conseguido de una amiga de las esquinas le dio le había llevado hacía los muelles por los que antes frecuentaba tanto comercio de delicioso y amargo néctar insinerador de hígados... Ahhh, Matt enserio extrañaba el alcohol barato y fácil de conseguir. Volviendo al relato; estaba solo y únicamente armado con dos bastones de acero conectados a una ligera cadena mientras sus ojos invidentes eran cubiertos por una gruesa pañoleta roja, roja como su traje y corbata. Solo él contra esos secuaces del Averno.

Todos esos malditos impíos estaban rodeándole para evitar su entrada al almacén más importante... Aquel que debían de tirar al fondo del mar, pero Matt no se los permitió y luego quemó sus cuerpos con sus armas bendecidas por el amigable padre Lamton que siempre le recibía en el confesionario (pese a que Murdock no escuchaba el sermón) y nunca le hacia preguntas.

Cuando no quedaron más que dos Matt pudo oler claramente la vida latiendo debajo de sus mundanas pieles, pobres idiotas que no tenían de en qué se habían metido por un poco de dinero fácil. Matt señaló a la salida del puerto en cuanto les tuvo a una distancia considerable.

—Cuando quieran, muchachos. Estoy seguro de que sus vidas valen más que la pertenencia de algún ingrato ricachón. —los tipos no resultaron ser tan estúpidos por milagro y huyeron cuánto antes de una horrifa y muy posible muerte a manos de algo cuyo poder era desconocido hasta por el mismísimo Murdock: El cazador de demonios sin rostro. —De igual forma nadie les creerá una mierda si hablan de lo sucedido.

Aún cuando todo se mantuvo despejado y lleno por las cenizas de sus enemigos Matt no se permitió gritar victoria, solo había pasado por la parte más fácil, aún quedaba mucho por hacer. Por lo que se dirigió al almacén que más le interesaba y buscó lo más parecido a una doncella de hierro, una vez hecho la transportó a las afueras del almacén lo más rápido posible y extrajo del interior de su saco carmesí una navaja suiza (un pequeño regalo de papá al alcanzar las edad para usarla: diez años) posteriormente procedió a cortar lo suficiente su palma como para usar sus dedos como brochas sobre el suelo.

La Panacea Abunda en su Mirar [Fratt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora