La Panacea Abunda en su Mirar [Fratt]

III - "Si no puedes arrancar el problema de raíz, entonces cortalo a la mitad"

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―Eres un bruto, Mortal Rojo, ―le regañó el vampiro al cazador de demonios invidente y testarudo que no podía mover el brazo mientras tuviera esa horrible sutura en su brazo ―y un completo insensible, chasquea tu maldita lengua o tus jodidos dedos. Tengo hambre.

Mattheo gruñó exasperado meciendose con fastidio sobre la camilla, lastima que no pudiera meter una botella prohibida al hospital. Sería una delicia que le haría más tolerable el escuchar al psicópata al que estaba pegado.

―¿Qué? Con gusto te hubiera puesto en esta camilla, pero lastimosamente te regeneras y no respiras o mantienes signos vitales —el pelirrojo recordó como se había puesto Franklin cuando, inesperadamente, durante la cena utilizó un cuchillo para abrir su piel hasta chocar contra su hueso: eso dolió como la mierda, pero valió la pena ver a su contrario caer de rodillas para lamer todo lo posible a su disposición —En ese caso el bruto eres tú.

—Pudiste simplemente haber venido a por un chequeo —refunfuñó tomando su mano buena para invitarlo a chasquear nuevamente sus dedos para así tomar un poco más de su convaleciente persona. Obviamente le dio un manotazo y se alejó... En la mañana casi lo drenaba de más.

—Cállate y agradece la comida, parásito.

—¡No soy un parásito! —exclamó el monstruo succionador de carmín bajando de inmediato su grueso tono cuando su humano levantó su mano aún cuando seguía dándole la espalda y escudandose con la liviana y suave sábana que todas las camillas portaban—Soy un devorador de humanos respetable y viril.

Mattheo y su cintura tenían muy en cuenta lo último. Franklin acarició las curvas del cazador, delineando la línea divina y demasiado atractiva como para tratarse de un hombre “varonil” de esa época en la que a todos les encantaba escupir y masticar tabaco, distrayéndose con ello mientras el malhumorado creyente aún no reaccionara con una patada.

—¿Cuántos siglos tienes? —Franklin podía escuchar la tranquilidad siendole contagiada por el Mortal Rojo, los pies de ningún alma resonaban en el pasillo y las demás habitaciones estaban en paz. Bendita sea la anestesia y el horario nocturno.

La sorpresa no se hizo de esperar en el desalmado inmortal cuando el pelirrojo hizo el intento de comezar una conversación que no contuviera un insulto hacia su pálido ser. Eso le hizo sonreír.

—Suficientes como para haber visto nacer a Hugo Capeto —Franklin metió su mano debajo de la fina sábana e intentó meterla dentro de los pantalones del humano. Otro manotazo.

—Mentiroso, he estudiado a los demonios como tú por años. Se supone que fueron creados en Austria a mediados del siglo XI.

—¿Oh, así que te sabes mi historia? —dijo divertido el vampiro apoyando el rostro en su mano libre mientras luchaba por inmiscuirse en la masculinidad de su compañero de aventura —Dime, dime, ¿En dónde nací?

—Jódete. —y ahí iban otra vez. Qué gran progreso destinado al contenedor de basura. Franklin escuchó atentamente el exterior y, al cerciorarse de que nadie andaba cerca, se subió a la camilla y abrazó el cuerpo recubierto por la liviana tela esperando por completo los golpes que recibió. —¡Bajate, carajo! —murmuró Matt destapandose hasta el torso para golpear de mejor manera al vampiro, aunque su mano fue detenida —Si nos atrapan...

—Nací en Roma, imperio Carolingio. Fui un comandante de las líneas defensivas de Carlomagno, entonces...

—¿Entonces...?

Franklin frunció el seño, demasiado pensativo como para alguien de su galante. Qué amargo era recordar algo que ya no importaba. Mentira, le dolería toda la vida y le importaría mientras siguiera atado a la inmortalidad; el vampiro le arrebató sus rojizos anteojos al cazador y los dejó colgar de su cuello, le gustaba admirar los grisáceos irises del Mortal Rojo en ciertas ocasiones que se daban mientras lo embestía contra alguna superficie.