Parte Uno: Okinawa.

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Todo comenzó un verano, uno caluroso para aquella temporada en Okinawa, Japón. Yuta tenía catorce años y se sentía por demás de nervioso, jugando con sus dedos de diferentes maneras; estirándolos, los estruja con poco cuidado y los maltrata, pero todo sea porque los nervios se detengan, pero no cesan, claro que no.

Nakamoto Yuta esperaba ansioso su primer cita, una cita con una chica real, y es que no lo podía creer. Todo el que conociera a Yuta podía jurar que sería incapaz de acercarse a alguien del sexo opuesto, pero él quería demostrar que no era un cobarde o un tonto que no sabía hablar con las niñas. Él creía no tener la culpa, quizá fuesen sus genes o el mero ambiente, nunca lo sabría, pero sí podía saber que es un poco delicado con sus modales. No es el claro joven que busca quedar como un machito descerebrado, para nada, a él le gustaba demostrar la educación que en su hogar le brindaron.

El sudor se acomodaba en su frente mientras intentaba no desesperarse, pero aquella linda chica de ojos saltones y cabello negro llevaba media hora de retraso. Las chicas pasaban largo tiempo arreglándose para quedar hermosas... Es normal que viniera retrasada, ¿No?

Bueno, aquella linda niña nunca llegó.

Y era un poco de esperarse, la chica que Yuta había escogido para salir no le podía decir que no a nadie, se había sentido en un lío cuando el delgado japonés se acercó a ella y le pidió una cita y con un inseguro «está bien, te veo en la costa» aceptó la cordial invitación. En el fondo el japonés no esperaba que le dejaran platando, esperaba más bien poder llevar a la chica a un lindo paseo por la playa y terminar en alguna heladería, pero las cosas no solían salir a su gusto la mayoría de las veces.

Suspiró y pensó en si era buena idea marcharse y volver a casa, a su aburrida y solitaria habitación. Había rechazado la invitación de sus padres a una de las fiestas de los vecinos por poder asistir a la cita. Yuta bufó y dejó caer la flor que había robado en el camino, dio media vuelta dispuesto a irse, buscar a su madre y poder llorar en su regazo.

—La flor es bonita, ¿Por qué faltarle el respeto de esta manera? —escuchó una voz detrás suyo, no era la de su cita, pero igual se giró a ver al chico que hablaba.

—¿Faltarle el respeto a una flor? —fue lo único que dijo, un poco burlón porque no hubiera imaginado referirse de esa manera a las plantas.

—Ellas también sienten dolor, por eso no debemos maltratarlas, tampoco cortarlas... Pero se ven geniales en los centros de las mesas —sonrió el delgado chico levantando a la flor del piso.

—Una disculpa a la señora flor —dijo Yuta ansioso por irse. No tenía muchas ganas de conversar con un desconocido amante de las plantas.

El japonés volvió a dar una media vuelta, dispuesto a irse y olvidarse de todo. Se sentía desanimado, los brazos le pesaban y solo tenía ganas de llorar y lamentarse en la privacidad de su habitación.

—¡Eh...! ¿A dónde vas? —le volvió a interrumpir el otro. Yuta lo giró a ver de nuevo. Él no es un chico grosero, así que detuvo su andar para escucharlo—. Digo... Es la primera vez que vengo aquí, entonces no conozco a nadie.

Aquellos ojos pequeños y esa sonrisa tímida pudo más que el mal humor del japonés. Yuta recobró su humanismo y le sonrió ampliamente, se acercó a él y le extendió la mano, el otro pequeño lo miró un poco entusiasmado e indeciso, pero le dio la mano de todos modos.

—Nakamoto Yuta —se presentó con una pequeña reverencia, el otro chico de tez tostada no esperaba tanta educación.

—WinWin —sonrió.

—¿Ese es tu nombre? No es posible —estaba un poco desconcertado, aquello sonaba más como un sobrenombre, uno bastante tierno.

—Me gusta que me digan así, más que mi nombre real —sonrió caminando al lado del japonés

Yellow Is The Color Of His Eyes. ((yuwin))Donde viven las historias. Descúbrelo ahora