Capítulo 9

829 59 3
                                    

Recuerdo que, antes de la guerra, mi vida era perfecta.

Tenía un trabajo que me apasionaba, que me inspiraba a ir a más.

Tenía un novio maravilloso. Sí, era algo escuálido, se metía en peleas, y las perdía todas, pero era un amor.

Tenía a James, que era un buen amigo.

E incluso, si iba un poco más atrás, tenía a mis dos padres vivos.

Normalmente no me permito pensar en esa época, porque entraría en un bucle de nostalgia para el que no estoy preparada. Pero hoy, después de muchos meses, me he permitido cerrar los ojos y pensar que estaba en 1939, que estaba soñando con guerras y secuestros, y que cuando abriese los ojos, me encontraría en mi departamento de Brooklyn, me pondría me uniforme e iría al trabajo.

Pero si esto realmente es una pesadilla, es evidente que me está costando despertarme. Y es que, miro a mi alrededor, la celda donde estoy metida y tengo miedo.

No hay ventanas, sólo un foco apuntando a la celda, cubierta por cuatro paredes de hormigón y un gran cristal. Tengo una cama, un inodoro y un lavabo. Y un aro rodeando mi cuello, que no quiero comprobar para qué sirve.

Hay una cámara apuntando a la celda, y al parecer soy la única en este nivel, porque las celdas de enfrente están vacías. La Balsa era el infierno en vida.

Intenté concentrarme en lo que mi cerebro había retenido de mis clases. Intentaba pensar en algo que no fuese en las ganas que tenía de usar el inodoro. Pero finalmente no me quedó otra que usarlo. Y lloré. Porque creo que jamás me había sentido tan denigrada como lo estoy ahora.

Por más que intentase taparme era obvio que la cámara había captado en primer plano mi visita al inodoro.  Así que me senté en el suelo, que era más cómodo que la propia cama, y lloré.

Pensé en mis padres, pensé en James, en Peggy, y en Steve. Pensé en Brooklyn. Pensé en todas las personas me han hecho feliz. No quería pensar que pasaría el resto de mi vida en una celda con un cristal y una cámara que grabaría cada momento de intimidad.

No quería pensar en que no volvería a ver a Steve.

No sabía si habían pasado días, horas o minutos, pero me trajeron comida. La expresión "a pan y agua" jamás había sido tan real para mi como ahora. Incluso la alimentación del ejército era todo un manjar con comparación con lo que me han dado. Tal vez quieren que muera de inanición.

Y, por un momento, la idea de morir pasó por mi mente, pero tan rápido como vino se fue, tenía que resistir, por Steve. Se lo debía. Porque todos estos meses él se ha desvivido por hacerme sentir cómoda, por intentar que llevase lo mejor posible la adaptación a este nuevo siglo. Él no quería que pasara por lo mismo que él, que me viese sola e incomprendida, que, aunque estuviese rodeada de personas me sintiera como el único ser del planeta.

Tenía que ser fuerte.

–¡No me pongas las manos encima! –fruncí el ceño, reconocía esa voz. Me acerqué al cristal y los vi: Wanda, Sam, y dos hombres más

–¿Chicos? –pregunté tocando el cristal, al momento en que lo hice una descarga salió del aro que tenía en mi cuello y me mandó directa al suelo.

–¡¡Elizabeth!! –gritó Sam, le escuché pero la vista se me nubló unos segundos y no pude ubicarlo, cuando logré recuperar mis cinco sentidos, ellos ya estaban en una celda.

–¿Y esta preciosidad quién es? –preguntó uno de los dos desconocidos –no pareces una criminal, aunque no me importaría descubrirlo, bueno, en realidad sí que me importaría, estoy en una relación semi-estable ¿sabes?, aunque probablemente después de esto no quiera ni verme en pintura ¿te dejo mi número por si acaso? –su discurso me dejó sin palabras, por suerte Sam habló por mi 

Superación (Steve Rogers) [Libro II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora