parte única

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Para Silvia: por ser la parte más fundamental de esta historia y por descubrirme a alguien maravilloso.

– Ah, no, no. Es que ni de coña. No.

El gallego suspiró por décima vez en lo que llevaban de conversación mientras acababa de colocar un trozo de cinta sobre la última caja. Sabía que aquello no iba a ser fácil para su mejor amigo, tozudo por naturaleza, pero desde luego no se esperaba que fuera a molestarle tanto su propuesta.

– Agoney, escúchame. No puedes pagar este apartamento solo con el sueldo del bar, no te da. —El mayor se mantuvo en silencio, observando el rostro del contrario intentando hallar el más mínimo indicio de que aquello podría haberle molestado, pero, al comprobar que su expresión no había cambiado, prosiguió— Además, él... Él es buen chico, ya sabes que no te lo había propuesto si no fuera así.

– ¡Pero si ni siquiera lo conoces! ¡Sólo te has fiado de lo que te ha dicho Alfred, como siempre haces!

– Agoney, han pasado dos años desde que acabamos la universidad, ya no somos los adolescentes que llegaron a Madrid con un saco de ilusiones y sueños que se fueron perdiendo por el camino, ya no estamos en aquella porquería de residencia y, sobre todo, ya no somos aquellos niños cuya única prioridad era tirarse a alguien distinto cada viernes. Yo he asentado la cabeza, si tú no quieres hacerlo... Allá tú, pero no me trates así por haberlo hecho y mucho menos insinúes que no estoy intentando ayudarte, joder.

Tras prácticamente escupir estas palabras, Roi agarró la caja recién precintada y salió del piso, no sin antes dejar un portazo que hizo que el canario diera un pequeño salto hacia atrás debido a la impresión.

Segundos después, Agoney no pudo evitar asomarse al ventanal que tenían en el salón y que conectaba directamente con la calle, viendo así como su mejor amigo metía la caja en la furgoneta de su novio tras saludarlo con un leve beso en la mejilla y emprendían su camino hacia el que sería su nuevo hogar. Qué desgraciados, pensó inevitablemente el insular antes de acceder a su cuarto y tirarse boca abajo sobre la cama.

Y se frustró, claro que se frustró, porque el chico tenía razón.

24 años, una carrera de Musicología que sólo le había servido para trabajar de cantante en un bar por un sueldo que haría reír a cualquiera y ahora una soledad que, por primera vez en su vida, le empezaba a resultar frustrante. Porque a Agoney nunca le había importado estar solo, de hecho siempre le había agradado. Sin embargo ahora, viendo cómo todo su entorno empezaba a comprometerse con alguien, la angustia empezaba a invadir sus pulmones, ahogándole.

Primero fue Ricky el que, una noche de verano, alcohol y playa, les había comunicado que se mudaba a Barcelona con su novio, Kibo, que había encontrado en la ciudad condal un trabajo que no podía rechazar y que ya tenían un piso mirado. A decir verdad, nadie se sorprendió cuando el chico anunció la noticia, pues el mallorquín era el mayor del grupo —con bastante diferencia, de hecho— y lo raro era que no se hubiera casado ya con su novio después de cerca de ocho años de relación.

Un año después fue Luis el que marchó a Galicia, bajo la excusa de que necesitaba un "retiro espiritual" del que, a pesar de las promesas, nunca regresó. En aquel momento, Agoney se dio cuenta de que ya sólo le quedaba su mejor amigo, al menos hasta que, cuatro meses después, confesó que había empezado algo serio con Alfred, el último chico con el que se había liado de fiesta. Mentiría si dijera que por aquel entonces no pensó que aquella relación acabaría más pronto que tarde y que no mucho después, cuando trajo al catalán a casa, con las mejillas coloradas y sus manos entrelazadas, se arrepintió de haberlo pensado, porque nunca había visto a su mejor amigo tan feliz con alguien. Ni siquiera con él mismo.

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