Capítulo 4: El comienzo

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– ¿Ayleen te pasa algo?- preguntó Bianca, removiendo la capucha que la protegía de la lluvia.

– Creí escuchar un ruido- respondió Ayleen, extrañada al ver su casa completamente sola, mirando inertes las escaleras que llevaban a la planta alta – Debe ser el hambre, mejor apurarnos- continuó mientras buscaba una vela para iluminar.

Las dos brujas se quedaron congeladas en aquella habitación, observando el relicario tirado en el suelo, ¿Qué había pasado? Se preguntaba la mujer mirando su mano llena de sangre.

– Debemos irnos- susurró la niña, que ya había caminado hasta la puerta de la alcoba intentando mirar hacia donde Bianca y Ayleen se encontraban.

– No me iré sin el relicario.

La mujer alzó un poco la mano que tenía lastimada y la sangre comenzó a desvanecerse en el aire, en cuestión de segundos la herida ya se había cerrado.

– ¡Aquí está!- exclamó muy alegre Ayleen, las mujeres pegaron un brinco – Pensé que no lo iba a encontrar.

La chica había sacado, de un viejo baúl, un tablero de ajedrez polvoriento, al limpiarlo se lo entregó a su compañera.

– Es muy bonito Ayleen, a mi padre le va a encantar- dijo Bianca sonriendo. Ayleen guardó el resto de los objetos dentro del baúl y se colocó su capa alrededor del cuello. Las mujeres en el cuarto de Fred escuchaban atentamente aquella conversación esperando a que se marcharan. Justo antes de llegar a la puerta, Ayleen se detuvo.

– Espera, subiré a mi habitación por un par de mantas- las brujas se miraron preocupadas – Será mejor ir preparada, ya es algo tarde y mi hermano aún no regresa- continuó Ayleen mientras desabrochaba nuevamente su capa.

Las mujeres rápidamente se quitaron de la puerta al escuchar los pasos de la joven subiendo por la escalera. La infante hizo un rápido ademán con su mano y el relicario regresó a la caja, que a su vez regresó hasta el cajón donde había estado guardada atravesando la habitación por el aire. La mujer miró de reojo a la niña antes de desaparecer en un nuevo brote de humo negro. Ayleen percibió el sonido de su desaparición, pero al observar dentro del cuarto de su hermano, ya no había nadie.

Dentro del armario de limpieza, los dos jóvenes estaban muy apelmazados, Fred podía sentir la respiración de Diane bastante cerca, por lo que enseguida se alejó respetuosamente y abrió la puerta para salir. Al estar de vuelta en el pasillo, por fin pudo ver claramente a la princesa, quien portaba un cargado semblante de tristeza y pánico. Antes de hablar, el chico le ofreció un paño que siempre llevaba consigo.

– No es mucho, pero le puede ayudar- dijo el joven nervioso al entregárselo.

– Gracias...- respondió la princesa un tanto molesta y le dio la espalda, dejándolo con la mano extendida.

– Lamento haber interrumpido lo que estuviese haciendo alteza, no fue mi intención, yo no sabía que se trataba de usted- dijo el chico profundamente apenado mientras guardaba el paño nuevamente en su bolsillo. Después de una pausa observando a Diane por la espalda, preguntó: – Princesa ¿Le pasa algo?

– Lo que me pase no es asunto tuyo- respondió Diane abruptamente – Ahora vete de una vez o llamaré a los guardias para que te arresten.

Fred, perplejo, hizo una reverencia y dio media vuelta para marcharse, sin embargo, fue interrumpido por un débil palpe sobre su hombro.

– Antes de irte, necesito tu ayuda- declaró al joven Fred aún enfadada.

– Lo que sea, alteza- giró sobre sí mismo para poder observar a Diane.

AAS: BleedeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora