Esquela

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Esquela

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Al principio fue algo sin intención aparente más que la practicidad, Ranma le escribió una pequeña nota a Akane para avisarle que había tenido que salir pero volvería para la hora de la cena. Algunos días después le dejó otra, garabateada deprisa con su temible caligrafía, para informarle que Nabiki había llamado y volvería a hacerlo en la tarde.

Casi dos semanas después tuvo que irse más temprano y su esposa aún no regresaba de su corrida matinal. No lo admitía abiertamente, pero desbarataba toda su rutina el no poder darle los buenos días para que ella le sonriera en respuesta, así que le dejó una nota sencilla sobre la mesita de la sala como saludo, para luego imaginarse el gesto sonriente de Akane al leerla.

Después se transformó en ritual.

Si se iba de viaje, si tenía que salir de improviso, si llegaba demasiado tarde en la noche para no tener que despertarla. Para todo había una nota. Ninguna tenía una declaración especial de afecto, solo significaban «estoy aquí y te quiero, ya lo sabes», pero disfrazado con otras palabras. Luego se imaginaba la sonrisa que ponía Akane al encontrarlas y el círculo de su felicidad se completaba. Le había regalado un instante de dicha a su esposa.

Aunque él no sabía que para Akane el instante era eterno, porque conservaba cada nota escrita de su puño y letra.

Así las encontró Ranma tantos años después —cuando el cabello se le había puesto gris y ya caminaba solo por este mundo—, prolijamente ordenadas y guardadas en una caja pequeña de madera que él había visto muchas veces antes, pero a la que nunca le prestó demasiada atención.

Un golpe de tristeza le contrajo el corazón de pronto, pero después sonrió con dulzura, dándose cuenta que había sido realmente afortunado, porque su querida esposa había amado con intensidad cada parte de él.

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AzúcarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora