La nevada había empezado cerca de la medianoche, cuando la fuerte lluvia que estuvo cayendo toda la tarde se transformó en nieve. Akane no se pudo resistir a tomar un paraguas y salir a la calle.
El parque que tantas veces había visto, con sus columpios y juegos, parecía distinto bajo el manto blanco que lo cubría poco a poco. Los copos densos caían sin pausa, dejando apenas el sonido de un ahogado chapoteo sobre su paraguas.
Un rato después volteó el rostro sintiendo su presencia y lo descubrió: una figura solitaria en medio de las luces de las farolas y la tenaz nevada, lenta, constante, silenciosa. Se acercó despacio hasta él, hasta quedar muy cerca, tanto que podía ver las motas de nieve acumulándose como un polvo blanco sobre su cabello. El rostro de Ranma tenía una expresión grave y malhumorada.
Akane supo que le molestaba que hubiera salido, y más aún sin avisarle. Pero el clima era como magia, no pudo resistirse.
Dio otro paso más hasta llegar a cubrirlo con el paraguas, el vapor salía de sus bocas mezclándose con la brisa helada. Ranma adelantó la mano y la puso protectoramente sobre el abultado vientre de su esposa.
Ella sintió una punzada de culpabilidad por su gesto preocupado, así que se empecinó en sonreírle desde debajo del paraguas, ampliamente, hasta que logró hacerlo sonreír también.
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