Vida

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Ranma ½ y todas sus situaciones y personajes son propiedad de Rumiko Takahashi.

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Vida

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La campanilla se agitó con el viento y el sonido se extendió por la casa silenciosa. El día era caluroso, a pesar de que el viento de la primavera era algo frío; las puertas correderas que daban al jardín estaban completamente abiertas, el sol de media tarde daba de lleno en el patio y se reflejaba sobre el estanque dibujando puntitos brillantes encima del agua.

La casa parecía vacía y estática. El viento volvió a pasar, enredándose en la campanilla, jugando con los pétalos de sakura que bailaban en el patio, mezclándolos con algunas hojas secas que habían caído tardíamente. En las habitaciones de la planta alta se colaba el sol por las cortinas descorridas. En la cocina los restos del almuerzo descansaban sobre la mesa, y en el fregadero se amontonaban los platos sucios y el resto del servicio. Sobre la mesita baja de la sala había dos tazas de té a medio llenar, ya tibias.

La casa estaba silenciosa, tranquila, hasta que volvió a vibrar la campanilla con el viento, y la risa de Akane burbujeó espontánea y feliz, rompiendo la quietud.

—Basta, Ranma, me haces cosquillas —se quejó entre risas, removiéndose en el suelo de la sala, queriendo escapar de los brazos de su esposo que, reteniéndola, la dejaban a merced de los pequeños besos que le daba en el cuello—... Y tenemos mucho que hacer...

—Un poco más —gruñó Ranma, sin cejar en su propósito.

Akane contuvo la risa tapándose la boca con una mano.

—Ranma, de verdad —lo increpó su esposa. Después de unos segundos le susurró, casi avergonzada—. Además, el piso está un poco incómodo.

Ranma levantó la cabeza para mirarla con preocupación.

—Lo siento.

Se incorporó a medias, giró, se tendió de espaldas en el piso, levantó casi sin esfuerzo el cuerpo menudo de la muchacha tomándola por la cintura y la ubicó encima de él. Akane se dejó hacer, acomodando la cabeza en su hombro y suspirando contenta.

—¿Así está mejor?

—Mucho mejor —respondió Akane sonriendo. Había movido la cabeza para responder y sus bocas quedaron separadas por milímetros.

—Sí, mucho mejor —reconoció Ranma, haciendo desaparecer esos milímetros.

La campanilla volvió a sonar agitada por el viento, en esa casa que parecía vacía y silenciosa, pero estaba llena de vida.

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