Afuera llovía intensamente. El cielo era gris y la oscuridad se iba adueñando de la sala de la casa. El frío, que aumentaba su intensidad momento a momento, parecía anunciar muy pronto la primera nevada del invierno.
Akane se acomodó mejor bajo el calentador y apoyó los codos en la mesa, descansando el mentón sobre sus manos entrelazadas; se quedó embelesada mirando la tormenta a través de las puertas corredizas. Era delicioso poder estar en casa, cómoda y abrigada, mientras la lluvia caía sin detenerse. La tibieza la hacía sentir somnolienta, pero la entusiasmó la idea de poder salir a la calle si comenzaba a nevar. Aunque Ranma pusiera el grito en el cielo, pensó con una sonrisa.
La lámpara de la sala se encendió en ese momento y Ranma dejó una taza humeante frente a ella, en la que pudo percibir el aroma del chocolate. Luego le colocó una manta sobre la espalda y, cuando Akane levantaba el rostro para agradecerle, se inclinó y le dejó también un beso sobre la frente.
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