La celda está fría, húmeda y con goteras. Hay hasta moho y tan solo tiene un colchón en el suelo y un agujero no muy grande donde hacer puntería para hacer todas las necesidades, sin saber siquiera si van a alguna parte.
Han pasado varios días desde que quedó inconsciente aunque, sin ventana ni fuente de luz natural es imposible determinar la hora que es, como para saber cuánto tiempo ha pasado hasta que despertó. Tiene hambre, mucha, pero le da igual.
Nada de eso preocupa a Fran.
Ni siquiera las múltiples magulladuras y heridas que ya empiezan a cicatrizarle o la ropa destrozada.
Ahora mismo a Fran tan solo le preocupa cómo salir de la celda, recuperar la pistola y cargarse a su objetivo.
Además, no está encadenado ni tiene grillete alguno. Está claro que no está en una cárcel o algún sitio similar y que han sido listos.
Se levanta sin dificultad y avanza lentamente hasta los barrotes sin quitar la vista del largo pasillo de luces parpadeantes que tiene delante y del hombre que está al fondo, de espaldas. Parece la única celda de ese lugar que, imagina, no será el mismo donde cayó inconsciente.
Respira, aprieta los dientes y agarra fuerte los barrotes, golpeándolos con las palmas para hacer ruido.
El hombre se gira y, al verlo, se asusta.
Normal. Si en un sitio tan lúgubre un hombre de más de metro noventa, corpulento y con largas extremidades, de cabello negro con melena por debajo de la cintura y barba frondosa, ensangrentado, mostrando los dientes mientras agarra los barrotes como si fuera a romperlos, rodeándolos con unos dedos acabado en largas uñas y, además, unos ojos verdes clavados en uno mismo yo también me asustaría por mucho que hubiera una celda separándonos y fuera con una porra, y vete a saber que más.
—Al fin despiertas, vaya susto me has dado —dice el hombre, con risa nerviosa y sin acercase—. Te dieron bien, ¿Eh? —dice de forma inmediata.
No quiere que haya silencios y decide hablar sobre la paliza que han dado a aquel que tanto la he asustado. A aquel del que todavía está asustado. A Fran.
Pero Fran no haba.
Fran tan solo le mira, le mira sin parpadear mientras alza intermitentemente la nariz y hace fuerza con sus dientes, cal bestia cazadora frente a su presa.
Es como si Fran deseara descuartizarlo. Yo también lo desearía. Te despiertas en un sitio asqueroso, de vete a saber dónde, encerrado, tras recibir una soberana paliza y el primer tío que te encuentras se asusta de ti. ¿No querríais rebanarlo también?
—¿Se te ha comido la lengua el gato? ¿Tengo que ayudarte a hablar? —Pregunta, aún nervioso pero volviendo esos nervios frustración y cabreo—. Dime una cosa, ¿Qué pensabas hacer yendo a ese sitio tú solo? ¿Estás loco o algo así?
Fran sigue sin decir nada pero en los espacios de silencios se oye como el aire se escapa entre sus dientes, haciendo que su vigilante se preocupe aún más.
—¿Tengo que recordarte cómo hablar? ¿Cómo gritar?
Se acerca. Lento pero paso a paso.
—¿Sabes? No me han dado instrucciones concretas sobre ti. Tan solo que no te deje morir y que avisará si pasaba algo fuera de lo normal —explica mientras anda hacia Fran—. Yo habría preferido que siguieras inconsciente porque así podría seguirme comiendo lo que te traen, esta barriga no se cuida sola —sigue diciendo, hablando para distraerse y parecer tener el control que no sabe que le falta— pero, aun así, nadie me ha dicho que no pueda darte dos hostias bien dadas, pedazo de mierda ensangrentada —Añade, más enfurecido y frustrado por el silencio y la mirada fija de Fran—. ¿Qué cojones miras de esa manera, ¿eh? ¡Malnacido!
El vigilante está frente a Fran, a escasos centímetros. Fran podría alcanzarle si estirara el brazo pero permanece inmóvil.
—Joder tío, pareces sacado de una puta película de terror. Das puto asco —dice, escupiéndole en la cara.
Fran ni se inmuta.
El vigilante se pone de los nervios, arde de rabia al no entender que está pasando y, finamente, cae en la tentación de aporrearle pero algo le sale mal.
Fran abre los dedos de las manos y agarra la porra, tira de ella y estampa contra los barrotes al vigilante, que del dolor suelta su arma. Fran mueve rápidamente las manos y agarra su cuello, apretándolo tanto que le impide gritar.
El vigilante intenta zafarse de Fran, usando brazos y piernas para impulsarse en los barrotes, intentando soltarse por fuerza bruta pero provocando que se quede antes sin aire hasta que, finamente, fallece.
Fran lo deja caer y lo empieza a mover para poder mirar todos los bolsillos que tiene, en busca de llaves.
Tan solo encuentra un pañuelo usado y rehusado, casi más asqueroso que la celda en la que está, y tiques varios.
—¡Mierda! —grita Fran, dando un golpe más al cadáver del vigilante, mientras mira la habitación que hay al final del pasillo.
—¡Eh! ¡TENGO A UNO DE LOS VUESTROS! —Grita con todas sus fuerzas, esperando que vaya alguien.
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Una Bala para Ciento un Cadáveres.
ActionFran fracasa en el intento de ir a aniquilar al capo de una organización criminal pero eso no le detendrá para seguir a por su objetivo, hasta el final, en cuanto se despierte tras la paliza recibida. Ni siquiera el que le quede tan solo una bala.