Vista [18+]

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[Contenido sensible, leer bajo su propio criterio.
No es lemmon.]

Elizabeth era la niña más dulce del barrio, todos la respetaban ya que gracias a sus conocimientos médicos combinado con su amabilidad salvaba las vidas de los que menos tenían para pagar algún tratamiento o hospital.

Ella se encontraba en su casa, dándole atención a una señora de gran edad.

—Muchas gracias mi niña... Te mereces más que una casa de lamina...— Decía la señora Mariela, su voz cada vez se desvanecía, sus fuerzas se desgastaban el triple.

—No hay de que Doña Mari. Venga la próxima semana para otro chequeo.— Exclamaba la muchacha con cariño.

Estaba agradecida que por lo menos la gente del Barrio no la haya abandonado como toda su familia... Al ver el gran esfuerzo que hacía Mariela le decidió ayudar a salir de su casa y llevársela a la de aquella mujer.

—Ay mi niña... No te tomes la molestia.

—No no, esto no es nada, sirve que paso a saludar a sus hijos.

—Ay no... ¿Qué crees?— Y con esa simple palabra comenzaron los mismos chismes de siempre, la doñita hablando mal de tales personas y las malas influencias con las que se juntaban sus hijos.

Después de unos diez minutos llegaron a la casa de Mariela, Elizabeth estaba lista para despedirse pero salió un apuesto muchacho, el hijo mayor de aquella señora.

—Y pues te decía, Doña Cloetilde se pasaba de verga...— Volteó su cabeza para la puerta y sonrío.

—¡Ay mi bebé, venga con mamá!— Y unas risillas tímidas salieron de la boca de los jóvenes.

Elizabeth veía con ternura la escena, le hubiera encantado tener una mamá así, que se emocionara de verlo aunque siempre estuvieran juntos, para no interrumpir su mágica escena se despidió en voz baja y regreso a su casa.

—¡Eliza!— Y la chica de ojos azules volteo a verlo, el chico era apuesto, su piel blanca y el cabello pintado de gris, era una combinación extraña pero atractiva, los segundos parecían eternos, podía jurar que era una escena dramática de telenovela.

—Gracias...— Ella solo deposito una sonrisa y siguió con su camino, desapareciendo poco a poco de los ojos del hombre.

—Ay mi niño, ¿Cuándo la invitarás a salir? ¡Es un buen partido!— Decía doña Mariela, entrando a su casa, detrás de ella venía su hijo.

—Ay amá, si tan sólo supieras.

Elizabeth se encontraba calurosa, el verano era horrible para ella y más por que vivía en un horno viviente, se estaba tomando una rápida ducha para irse al trabajo, se le hacía un poco tarde y si no se apuraba le descontaban un sesenta por ciento. Le preocupaba eso, ya que no tenía los recursos suficientes y le daba vergüenza pedir prestado, de tanto pensar en sus problemas no se había fijado que se estaba vistiendo en su cuarto, al terminar se ató el cabello aún mojado, no se puso ninguna pizca de maquillaje y vio su celular, faltaban veinte minutos para su turno, tomó sus zapatos blancos y agarro su bolso. Salió cerrando con seguro detrás suyo, caminaba con rapidez para alcanzar a agarrar algún transporte público, su trayecto fue tranquilo, algunas personas le saludaban de lejos y ella correspondía con su típica sonrisa que cautivaba a cualquier persona.

Llego a una calle muy transcurrida, pero los taxis estaban llenos y las paradas de autobuses quedaban a más cuadras lejos, se sentía muy agitada, no tenía condición física y el sólo saber que puede perder más de la mitad de su sueldo le daban nauseas. A lo lejos observo un carro negro, puso sus direccionales para estacionarse enfrente de la chica, ella sonrío aliviada. El vidrio se bajo en cuestión de segundos dejando ver a su apuesto novio, un rubio de familia adinerada, podría decirse que hijo de mami y papi.

MelizabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora