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ACLARACIÓN:  Así me imagino a Stiles en esta novela. Pero siéntanse libres de imaginarlo como quieran.

Mudarse a Metrópolis había sido un desafío completo. Su padre no le había hecho las cosas más sencillas; siendo sinceros, no las hizo sencillas, las hizo complejas. Se quejó tanto, reprochó y buscó tantos aspectos negativos de su decisión que Stiles llegó a titubear sobre lo que realmente quería y debía hacer.

¿Irse y dejar todo lo que conocía para experimentar la gran ciudad y sus retos? Descabellado por donde se le viera. Pero así era Stiles, indescifrable, inquieto, testarudo, demasiado curioso como para resultar peligroso. Por ello y por tanto más el periodismo había sido su mejor opción, incluso cuando su papá casi había entrado en estado catatónico por el cambio tan repentino de su pequeño retoño.

Pasar de querer ser un agente del FBI a un periodista tenía como, literalmente, una brecha enorme de diferencia. Pero qué más daba, él amaba lo que hacía, y varios parecían valorarlo, incluso su padre, muy en el fondo. Cabe aclarar que Noah estaba bien con el cambio en tanto su hijo – su único y amado hijo – se expondría a menos riesgos. Más no estaba del todo bien con la decisión de dejar su tranquilo, cálido y acogedor pueblo por una ciudad gigante, desconocida, peligrosa... en fin, que podía devorarse a su castaño.

- ¿Qué te dije? – siseó.

- Papá, por Dios, que te llame cuando llegue. – respondió rodando los ojos y dejando caer una maleta en el baúl del taxi que lo llevaría a su primer movimiento fuera de los brazos de sus padres.

- Bien, ¿y después?

- Que te llame cada día según despierte, cuando almuerce, y cuando me acueste.

- ¡Y cuando consigas trabajo! – aclamó su madre arrastrando una de sus maletas.

- Sip, todo anotado. – bromeó Stiles fingiendo tachar algo en una lista inexistente.

- O novio, lo que pase primero. – regateó la mujer con una sonrisa molesta. Noah gruño y se acarició las sienes luciendo agotado de aquello.

Sus padres sabían que era gay desde los 13; cuando por un pequeño error de cálculo – gigante en realidad – le encontraron apreciando y admirando a dos hombres dándose amor de manera ruidosa, rápida y salvaje en la computadora. Mientras él, un crío completamente hormonal y pasional se concentraba en tocarse su recién descubierto juguete favorito. Su aún pequeño y sensible pene. Steve para los amigos.

- Sin más que tachar en la lista, creo que es hora. – rió bajito el castaño mirando de soslayo al hombre que esperaba con cara de pocos amigos en el taxi. – Dijimos que sin lágrimas, así que este no es momento de romper promesas. – se apresuró a rebatir viendo el brillo en los dos pares de ojos que le miraban como ningunos otros ojos le habían visto, con amor puro.

- Si... si algo no sale bien o... – el hombre se aclaró la voz y se movió hasta su esposa, pasó un brazo por sus hombros y la estrecho buscando la fuerza que le faltaba para no derrumbarse allí. Los Stilinski nunca fueron fans de las despedidas. – O si simplemente quieres volver; sabes que estaremos aquí para ti, nadie te juzgará. Así que por más que no quieras admitirlo, haznos saber cuando sientas que no puedes más y estaremos aquí, o allí para ti, niño.

Promesas eran promesas, y se rompían. Así que se permitieron llorar. Se fundieron en un abrazo familiar bajo la mirada hostigante y cansina del taxista aburrido; cosa que no evito que se declararan muchas veces más lo mucho que se amaban y se apoyaban. Stiles les prometió volver cada navidad y llamar cada que pudiera, principalmente si conseguía trabajo o pareja. La segunda lo dudaba, pero la esperanza la dejaba ahí cultivada, a su mamá le gustaba soñarlo casándose. A él le gustaba soñarse alimentando a sus veinticuatro perros.

S de Stiles.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora