Capítulo 13: El desenlace

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Esa noche nos fuimos Nana y yo a la posada de Miguel, y allí estaban casi todos los habitantes del pueblo que habían sobrevivido a las pobrezas, hambrunas, enfermedades, etc.

Todos y cada uno de ellos pedían la sangre de María .

- Jóvenes, calmaros. Jajaja.- Rió Nana dulcemente.- Mañana se puede ir a hablar con la "dueña" de las tierras, ¿No? Pues entre vosotros entrarán mis cuatro mejores pícaros, ellos se encargarán de liquidar a los guardianes de las puertas, tras ellos entrará nuestro ejército guiado por nuestra intrépida muchacha y su profesor de espadas. Cuando estemos dentro haremos tocar la campana y esa será vuestra señal sólo queremos que venga la gente que piense que puede sobrevivir, no queremos pérdidas innecesarias. Con sólo una muerte la venganza de todos estará cumplida, no os ceguéis por la ira, algunos de mis hombres vigilarán que no entren ni niños ni ancianos. Pues sólo basta con esta muchacha para matarla.  - Dijo Nana intentando guardar orden.

La gente dejó de murmurar y una voz se alzó sobre el resto: - ¿De verdad vamos a dejar que nos guíe una mujer? ¡Me resulta patético y degradante!  - Dijo un hombre del poblado. Nana se estaba preparando una grosería, pero yo la paré.

- Si de veredad te parece patético y degradante será por que puedes ganarme en una lucha cuerpo a cuerpo, imagino. - Dije yo con tono burlón y desafiante.

Ese hombre se puso en pié, avanzó hacia mí, se paró enfrente mía y me dijo: - ¿¡PELEAR CONTRA UNA MUJER!? JAJAJAJA. Por la Iglesia, que estupidez.

Esa conducta cada vez me mosqueaba más y ese simio incompetente no paraba de vacilar, así que con las mismas desenfundé mi espada y de tan rápido que me moví no le dio tiempo ni a reaccionar. En menos de un segundo le había dejado en calzoncillos.

- ¿Que es lo que dices de las mujeres? Porque de los dos la dama en apuros pareces que eres tú. - Dije mientras reía. A mi lado Nana estaba riendo a carcajadas, nunca la había visto así.

Mi profesor de espada se puso en pié, me miró con un gesto serio y puede que hasta algo decepcionado, se acercó a mí, me puso la mano en el hombro, sonrió y mientras reía me dijo: -Te he enseñado bien jajaja.

La sonrisa de ese hombre me dejaba trastocada, era así como perfecta, era amplia y con unos bonitos y ordenados dientes, y sus labios carnosos y rosados  junto con ese combo

de bigote y perilla perfectamente perfilados. Me volvía loca.

A todos nos devora el tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora