Capítulo 8: Evolución espiritual

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Yo aún estaba en Granada, puesto que el herrero me dijo dos semanas y sólo había pasado una, pero no me importaba la espera merecía la pena, y podía seguir entrenando con el profesor de espada. No sólo me enseñaba a pelear con todo tipo de armas, sino que también me enseñaba meditación, Tai-chi, varios tipos de lucha con o sin arma, etc... Era un hombre muy estricto, espirutual, honesto, sabio y justo. Aunque cuanto más le conocía menos serio me parecía. Encuanto a físico era un hombre realmente alto, esbelto, de anchas espaldas, brazos musculosos, ojos tan azules como el cielo despejado, una melena muy corta totalmente negra como si de la misma noche se tratara y una extraña sonrisa sádica que me cortaba la respiración...

Él nació aquí, pero, gran parte su familia era del norte. Eso sí con un nombre muy español, Emilio.

Hoy al terminar de entrenar fui a visitar a Carmen, me bajé de Pegaso lo até, le di un beso un palmo por encima de la nariz y toqué. Carmen me abrió la mar de contenta.

-Holaaa, pasa pasa.- Me dijo con gran simpatía.

-Jajaja, vale vale.- Dije mientas pasaba.

Al sentarme la miré y le dije:

- ¿Recuerdas el día que nos conocimos?

-Sí, ¿Porqué?.- Contestó de inmediato.

- Me estuviste siguiendo de manera tan silenciosa que ni un pícaro podría superar.- Le dije.

-Puede pero tú te diste cuenta. ¿Ésto a que viene?- Preguntó extrañada.

- Me di cuenta de que me seguias por que desde chica noto la presencia cercana de la gente. Viene a que quiero que me enseñes a ser así de sigilosa. - Contesté.

Ella sin lugar a dudas accedió, después de un día intentando asimilar sus movimientos lo intenté en cada entrenaniento. Ahora cuando andaba era más sigilosa que el sonido de una pluma al caer, tenía la destreza de un maestro de espada, la facilidad para domar caballos de un susurrador y acabé desarrollando tal agilidad que era la perfecta pesadilla de cualquier guerrero.

Cada vez me sentía más llena, fuerte y útil.

Alfin pasó el plazo y pude ver esa maravilla de espada. Ésta más que floral era elemental, la empuñadura era grotesca, roja, con un pequeño rubí alfinal, la hoja medía un palmo de frente, y de perfil un dedo y estaba decorada con llamas grabadas.

-Bueno, ¿Qué te parecen mis obrasde arte?- Preguntó el herrero orgulloso.

- ¡Preciosas, perfectas, bestiales...!- Contesté entusiasmada.

- Una está echa con el verde de la esperanza y la otra con el rojo de la pasión. Dales buen uso.- Me dijo con ternura.

- Te lo aseguró, gracias.- Le dije mientras extrechábamos las manos.

Tan sólo me quedaban 2000 oros, 566 platas y 110 cobres. Ya sabía luchar, tenía las espadas y sabía montar a caballo había avanzado mucho en tan sólo unos meses.

Antonio y Carmen no me permitieron pagarles las espadas, pero éste favor se lo guardaría. Antes de irme Carmen me comentó que en 6 meses daría a luz que si todo había acabado y tenía tiempo que me pasara. Yo acepté encantada. Pero antes de partir debía de ver a mi profesor de baile. Cuando le conté que me iba me respondió que el era un trotamundos, que me haría compañía.

A todos nos devora el tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora