21- El Baile De Las Estaciones

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Matoaka caminó, sintiéndose una total ajena

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Matoaka caminó, sintiéndose una total ajena. Todo el que la veía pasar se detenía a dirigirle una cara de asco. Hacía siete años que un Grizzly no entraba en ese territorio, y a Matoaka, ver las congeladas calles, que no habían cambiado desde entonces, le daban un mal sabor de boca. Hacían revivir el miedo de esa traumática experiencia. Dio un profundo suspiro, intentando calmar sus acelerados latidos e ignorando a la gente que la observaba con intensidad.

Tenía el mismo derecho a estar ahí que cualquiera, pero imposible no sentirse una extraña cuando sabía que no era bienvenida. La osa llegó al imponente castillo, fabricado en hielo esculpido, y mostró la invitación que le había entregado Frost. Los guardias le brindaron la misma mala cara que todo quien la había visto y a duras penas le permitieron pasar. Matoaka caminó con prisa por los jardines principales. Sabía que ya iba tarde por tanto tiempo que estuvo haciendo desidia.

La chica tótem no encajaba en ese ambiente, pero por Frost, claro que lo soportaba y se intentaba adaptar. Valía la pena hacerlo todo por... ella. La gente pareció detenerse apenas la vieron entrar al salón. El rostro de la castaña hirvió de la vergüenza al percatarse de la atención que cosechaba. Su atuendo de manta y corto, sobresalía demasiado de los vestidos elegantes y largos que portaban las invitadas, seguramente hechos con las telas más finas de la tierra. Matoaka bajó la mirada, sintiéndose de pronto expuesta, como si hubiese llegado al lugar desnuda.

—¡Por la madre naturaleza! ¿Ya vieron? —preguntó Leaf Wilted, quien fue la primera en contemplar la escena desde el rincón donde estaba aislada, junto a los demás herederos—. Es el atuendo más ridículo que he visto. Se tomó muy en serio la parte de temática animal.

Los demás chicos levantaron la mirada. Fueron los ojos de Frost los que se iluminaron, ignorando por completo el comentario de la princesa del otoño.

—Matoaka —exclamó corriendo a su encuentro. No se habría enterado de su presencia de no ser por Leaf. ¿Por qué el presentador real no había anunciado la llegada de Matoaka? ¡Era una invitada de honor! Daba igual, sí había asistido y eso la llenaba de felicidad.

No le importó las miradas de desaprobación que se ganó de los nobles de todos los reinos de las estaciones, la rubia se dirigió a su amiga y le brindó el más cálido abrazo que una chica de hielo podía darle a alguien.

—Espero que no hayas tenido ningún inconveniente —comentó Frost Golden sujetando sus manos con cariño. Luego la miró pausadamente de arriba abajo, analizando su atuendo—. ¡Te ves hermosa!

El rubor de Matoaka subió de sus mejillas hasta sus orejas. Últimamente cada elogio de Frost lograba hacerla sonrojar, por muy pequeño que fuera. Se sentía tonta, nunca antes le había pasado eso. ¿De eso iba el amor? ¿De sonrojarse como idiota? Trató de reír para distraer su mente de esos pensamientos confusos. Algún día Frost iba a terminar con un príncipe. No con ella, que era solo su amiga. ¡Y una mujer! Lo que volvía la situación aún más antinatural.

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