33- Una Rosa Entre Espinas

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—Su majestad, es hora de despertar —avisó la dama de compañía, entrando a la habitación para abrir las cortinas

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—Su majestad, es hora de despertar —avisó la dama de compañía, entrando a la habitación para abrir las cortinas.

Belplum lanzó un gruñido al recibir sobre el rostro los molestos rayos de sol y se trató de cubrir la cabeza con la manta, negándose a salir de la cama. La resaca le pasaba factura, juntándose con la desvelada de la noche anterior. Sentía la mente nublada y las sienes le palpitaban con violencia, como si de pronto en su cráneo se hubiera alojado una indeseada orquesta tocando una agresiva sinfonía. Su dama de compañía se acercó, buscando debajo del lecho las zapatillas de la princesa para prepararlas, junto con su vestido.

—Quiero las de baile —balbuceó la castaña abriendo de a poco sus enormes ojos esmeralda.

—Pero, majestad, están totalmente desgastadas —avisó la dama al extraer del armario el par de zapatillas que le había pedido la princesa.

Con esas palabras, Belplum se despabiló por completo y observó las balerinas que le extendía la joven. En las suelas habían aparecido agujeros por el deterioro y los listones estaban hechos jirones. Hizo una leve mueca. Era el tercer par que rompía en el mes, a ese ritmo terminarían sospechando de sus salidas nocturnas.

—Manda al zapatero a que me haga unas nuevas lo antes posible. De tener la facilidad que fabrique varios pares —pidió volviendo a acostarse y colocando la almohada sobre su rostro. No quería saber nada de nadie hasta el medio día.

—En seguida... Aunque sorprende de mi alteza que sus zapatillas de baile se desgasten tan rápido. Me hace recordar a las princesas que por la noche se transportaban a un reino mágico para bailar —contó la mujer con gesto perceptivo, acordándose de la historia de las doce herederas de uno de los reinos vecinos.

Belplum frunció el ceño con cansancio y se irguió en su lecho solo para responder con voz solemne:

—Puede escudriñar hasta el último rincón de esta habitación y le aseguro que no va a encontrar ningún pasaje secreto a ningún lado. Créame que nada me haría más feliz que disponer de uno. Retírese, por favor.

Apenas su dama había abandonado la habitación y ella se disponía a volver a dormir cuando una horda de sirvientas irrumpieron, listas para hacer que su princesa abandonara la cama. No había escapatoria, sus padres detestaban que durmiera tanto. Al final les daba terror que en cualquier momento se cumpliera la maldición que Fairy había lanzado sobre su hija el día de su bautizo. Belplum profirió un insulto entre dientes cuando la destaparon y dos de las criadas halaron de sus brazos, intentando levantarla.

Se puso de pie, siguiéndolas hasta el baño donde una tina con agua caliente esperaba por ella. Belplum se sumergió dentro y entre varias procedieron a tallarla. Eso era su rutina, no había privacidad, no existía para la princesa en ningún momento de su día. Solo las noches podía volverlas suyas cuando todo el mundo descansaba. Echó la cabeza hacia atrás, como siempre deseaba regresar al crepúsculo, a su otra vida que la llamaba con más fuerza.

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