12- Enfermizos Sentimientos

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"El rubio observaba el saco de dinero que posaba en el centro de la mesa, se sentía confundido

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"El rubio observaba el saco de dinero que posaba en el centro de la mesa, se sentía confundido. El corazón se le aceleraba en su pecho. No quería matar a nadie. Le agobiaba siquiera pensar en algo así.

Gretel percibía su inseguridad y apretaba su mano, alterando de peor manera sus sentimientos. Quería gritarle que dejara de hacerlo, pero Fairy lo tenía congelado. Lo leía, lo sabía, era capaz de notar su semblante indeciso. ¿Por qué no era de esas personas que podían ocultar sus emociones? Su cara siempre era la delatora.

El chico dedicó otra larga pitada al porro que yacía entre sus dedos. Ni el mareo que le provocó le ayudaba a escapar mentalmente de esa situación, como solía hacer. Alterado necesitaba de dosis más grandes.

—Te veo indeciso, Hansel. Tal vez necesites otra clase de incentivo. —La reina buscó entre sus prendas—. ¿Sabes porqué el reino de las hadas es el más próspero de todos y sus habitantes son tan felices?

—¿Por qué matas a todos los que se oponen a ti y no les queda de otra?

El cerebro del joven se adormecía por el estupefaciente y sus palabras salían sin filtro alguno. Su hermana se tensó y se llevó la mano a la boca, sus dedos sangraban por las heridas que se provocaba con los dientes, intentando arrancarse sus cortas uñas. Hansel se sorprendía que no hubiera empezado a comerse los dedos. Fairy, por su parte, sonrió de manera forzada. Fierce no se había limitado al soltar una carcajada.

Suerte para ti que me gusta tu sentido del humor. —La reina prosiguió con el tema que le interesaba—: En realidad, dulce terrón, mi reino está rebosante de todo lo que puedas desear. Incluso la salud de mis habitantes solo puede ser catalogada como perfecta, las enfermedades no existen para nosotros. Aún así las hadas somos hábiles botánicas. No solo me dedico a hacer venenos y pócimas nocivas, hago también medicamentos. Un pajarito me ha informado que tu papá está muy enfermo...

Hansel tuvo la tentación de voltear a la ventana superior. Sabía quién era el pajarito del que hablaba Fairy. En todo momento había sido consciente de que aquellos ojos rojos lo observaban, pendientes de la situación. Para ella no había mayor deleite que seguir los pasos del rubio. A veces el chico alucinaba la figura alada persiguiéndolo por los bosques. Otras veces sí que estaba ahí.

Yo tengo la cura para su fiebre amarilla.

Las palabras de Fairy lo regresaron y llamaron de nueva cuenta su atención. Sostenía entre sus finos dedos una pequeña botella, con un elixir azul de contenido. La colocó junto con las monedas.

Los ojos de Gretel brillaron por el deseo y su mandíbula temblaba por el esfuerzo que hacía de detener su mano. Anhelaba tomar aquel remedio. Gretel siempre se trataba de mostrar madura ante todas las situaciones de adversidad, pero Hansel más que nadie sabía que tenía miedo. La muerte era algo para lo que no había solución, para lo que ninguno de los dos estaba preparado. Quedarían expuestos al mundo una vez que su papá cediera a su enfermedad.

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