Capítulo IV.

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Llegó el gran día. Estuve toda la mañana estudiando, cosa que sirvió de poco pues andaba pensando en ella. Me preguntaba una y otra vez si la quería y, cada vez, estaba más seguro. Me había enamorado de Julia.

-Maldita sea mi estampa, no quiero sentir esto. No quiero enamorarme, no quiero sentir esas puñeteras mariposas que dicen que son odiosas, no quiero que me entre un nudo en la garganta cuando le tenga que saludar. -me decía mirándome al espejo maldiciéndome.

Pero por más que me negara, no podía contradecir lo que era más que obvio. Llegó la hora de comer y bajé al comedor. Puse la mesa y mi madre sirvió la comida. Hoy tocaba un buen plato de filetes de ternera con patatas a lo pobre.

-¿Qué planes tienes para este fin de semana, Marcos? -me preguntó mi padre.

-He quedado con la chica nueva para enseñarle Madrid. -dije con la boca pequeña.

-¿No me dijiste que hoy venía Bruno? -repuso mi madre.

Mierda, lo olvidé por completo. Hoy había quedado con Bruno por ese maldito trato que tuvimos que hacer para que yo no me muriera de hambre.

-Cierto es, pero habrás de disculparte tú por mí. -le dije a mi madre-. No puedo fallarla, no quiero empezar mal.

-¿No quieres empezar mal el qué? -dijo mi hermano Hugo mirándome con un rostro burlón.

-Mi amistad con ella, tonto. -le saqué la lengua.

-¿A ella no pero a Bruno sí? -replicó mi madre algo mosqueada.

-En efecto, y ahora, me voy.

Me levanté de la mesa con el plato lleno. Yo no era chico de hacer el feo de dejarme algo en el plato, pero esta vez lo hice. No tenía hambre. Quizá puro nerviosismo. Subí a mi habitación. Rebusqué en el armario y saqué una camiseta de cuadros roja, no demasiado formal, unos vaqueros, una chaqueta por si refrescase y unas zapatillas rojas también. Lo dejé todo bien puesto en mi cama. Para agotar las dos horas restantes, decidí jugar una media hora al ordenador, otra media para ducharme y la hora entera sobrante en prepararme.

Listo estaba, así que salí de mi casa. Me esperaba una larga caminata hasta la Puerta del Sol, lugar elegido para vernos, pero no tenía prisa porque así podría intentar relajarme un poco. Tras un cuarto de hora o más andando, llegué. En la fuente del medio nos veríamos. Me senté allí a esperarla. Tras cinco minutos, percibí que una silueta tapaba los pocos rayos de sol que habían ya. Alcé la cabeza y ahí estaba ella. Abrí enseguida los ojos, pareciéndose estos a unos platos. Llevaba una falda negra no muy corta pero tampoco muy larga. Una camiseta en la que ponía "awesome" y unas zapatillas. Estaba increíble.

-Guau. -dije asombrado-. Estás espectacular.

-Gracias, tú tampoco estás nada mal. -me sonrió-. Y ahora vamos, que tengo ganas de que me enseñes cada recoveco de Madrid.

Me cogió de la mano. Julia me había cogido de la mano y, cuando lo hizo, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Primero estuvimos paseando por Gran Vía hasta llegar a Callao. Allí estuvimos viendo una peli. Luego, decidimos llegarnos a Metropolis y más tarde recorrimos el Paseo de la Castellana. En todo nuestro paseo, estuvimos hablando a más no poder pero hubo veces en las que los silencios nos invadían, pero no eran silencios incómodos. Al final, terminamos donde empezamos, en la Puerta del Sol. Habíamos pasado una tarde genial, llena de risas y tonterías, acompañadas por algún que otro acto de torpeza mío.

Nos detuvimos enfrente de la fuente, situándonos cara a cara.

-Gracias por haberme enseñado Madrid, Marcos. -me dijo con otra de sus sonrisas-. Lo he pasado genial.

-Yo también, aunque no te he enseñado todo Madrid. -repuse-. Prefiero guardarme ciertos lugares para otras ocasiones.

-Claro, tú aquí eres el guía. -bromeó un poco.

Llegó la hora de despedirnos, hasta el lunes no la volvería a ver. Se formó un silencio. Nos miramos los dos a los ojos. Yo a los suyos verdes y ella a los míos marrones. Me junté algo más a ella y la besé. Lo hice, la besé. No sé muy bien por qué pero me salió de repente. Cerré los ojos un instante y acto seguido terminé con el beso. Me separé un poco de ella.

-Julia...yo...perdona. -dije algo cabizbajo.

Me levantó la cabeza posando su índice en mi barbilla y me besó. No puse resistencia alguna y se lo seguí. Y allí nos quedamos, con un beso que parecía interminable pero que no tenía ningún interés en que se acabase. 

Siento haberme enamorado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora