Capítulo 4: Chico de Hielo

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Segnini

Mi celular suena sobre la encimera de la cocina. Desde la sala puedo verlo encender la pantalla. Gruño. La morena debajo de mí se remueve incomoda. Mi lengua sigue trazando la línea de su barbilla. Mis manos torturan sus jugosos senos. Pero el ruido nos desconecta.

¡Malditos inoportunos!

Apuesto lo que sea a que es Franco.

La chica del Delibery se levanta y abrocha su sostén y se pone la camisa del restaurante que me brindo tan buen servicio. Le sonrío y me apresuro a contestar.

Leo el nombre y amplio mi sonrisa.

— ¡Vaya! El empresario Franco Cifarelli recordó a su amigo el marginado —Contesto. Miro hacia la chica y le hago una seña para que espere. Ella me responde señalando el reloj de la pared. Llevamos 20 minutos besuqueándonos en el sofá. La comida se enfriaría hace rato.

—Segnini. Tú eres de todo menos un marginado —Responde Franco al otro lado de la línea. Ladeo mi cabeza viendo a la chica inclinarse para recoger su gorra del piso.

Tiene buen culo.

—¿Qué dices? Es obvio que no sabes nada de mí —Me rio, llamando la atención de la chica —En fin ¿Ah que se debe tu llamada? porque cuando tu llamas. Es que algo necesitas.

Es tan predecible. Vivo para servirle al imbécil, si no fuera porque me cae tan bien, ni siquiera le respondería las llamadas.

—¡Que exagerado! —Se está riendo. Pero en el fondo sabe que es verdad.

—Es verdad... nunca llamas para saludar —Sueno herido y lo estoy. Sé que tengo su lealtad, joder, le hice el favor de la vida. Y él se ganó a pulso la mía. Pero el que nace imbécil muere imbécil y Franco lo es en todo el sentido de la palabra.

—Bueno, no soy de estar llamando a hombres. Soy más de llamar a chicas...

—¡Auch! Pero creí que me considerabas tu amigo, no está mal llamar a un amigo...

La chica en mi sala se gira y se despide con la mano. Niego. No la dejare ir ¿quién carajos bajara mi erección? Frunce el ceño y yo sonrío.

—¡Bueno! ¿Vas a dejar de lloriquear? —La voz de Franco me desconcentra.

—Bien... ¿Qué quieres? —Mascullo. Me está robando tiempo valioso.

—Llévame al aeropuerto. En más o menos, 20 minutos...

Puto. Lo sabía.

—¡¿Qué?! Ves... necesitas un jodido chofer. No me llamas en semanas. Y entonces, lo haces para pedirme un favor... Franco... Franco...

Me rio acercándome a la chica. Se pone de todos los colores cuando con una mano le arrebato la gorra y desordeno su cabello.

—Solo tú tienes las influencias, y las bolas para manejar tu moto como el mismísimo diablo a plena mañana en la ciudad. Así que ¿por favor?

AnabellaWhere stories live. Discover now