Capítulo 9

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La poción «multijugos»

     Dejamos la escalera de piedra y la profesora McGonagall llamó a la puerta. Ésta se abrió silenciosamente y entramos. La profesora McGonagall pidió que esperásemos.

     Una cosa era segura: de todos los despachos de profesores que había visitado aquel año, el de Dumbledore era, con mucho, el más interesante. Disfrutaba observando todo aquello.

     Era una sala circular, grande y hermosa, en la que se oía multitud de leves y curiosos sonidos. Sobre las mesas de patas largas y finísimas había chismes muy extraños que hacían ruiditos y echaban pequeñas bocanadas de humo. Las paredes aparecían cubiertas de retratos de antiguos directores, hombres y mujeres, que dormitaban encerrados en los marcos. Había también un gran escritorio con pies en forma de zarpas, y detrás de él, en un estante, un sombrero de mago ajado y roto: era el Sombrero Seleccionador.

     Harry se acercó sigilosamente al escritorio, cogió el sombrero del estante y se lo puso despacio en la cabeza. Era demasiado grande y se le caía sobre los ojos, igual que en la anterior ocasión en que se lo había puesto. Yo estaba apartada mirándolo, suponía que estaban conversando, pero no lo podía saber con exactitud.

     Después de poco tiempo, Harry se separó un poco, sin dejar de mirarlo. Entonces, un ruido como de arcadas nos hizo volvernos completamente.

     No estábamos solos. Sobre una percha dorada detrás de la puerta, había un pájaro de aspecto decrépito que parecía un pavo medio desplumado con una mirada torva, emitiendo de nuevo su particular ruido. Parecía muy enfermo. Tenía los ojos apagados y, mientras lo mirábamos, se le cayeron otras dos plumas de la cola.

     Estaba pensando en que lo único que le faltaba es que el pájaro de Dumbledore se muriera mientras estaban en su despacho, cuando el pájaro comenzó a arder.

     Harry profirió un grito de horror y retrocedió hasta el escritorio. Yo di un suspiro, era un fénix. El pájaro, mientras tanto, se había convertido en una bola de fuego; emitió un fuerte chillido, y un instante después no quedaba de él más que un montoncito humeante de cenizas en el suelo.

      La puerta del despacho se abrió. Entró Dumbledore, con aspecto sombrío.

     -Profesor -dijo Harry nervioso-, su pájaro..., no pude hacer nada..., acaba de arder...

     Para sorpresa de los dos, Dumbledore sonrió.

     -Ya era hora -dijo-. Hace días que tenía un aspecto horroroso. Yo le decía que se diera prisa.

     Se rió de la cara atónita que ponía Harry.

     -Fawkes es un fénix, Harry. Los fénix se prenden fuego cuando les llega el momento de morir, y luego renacen de sus cenizas. Mira...

     Dirigí la vista hacia la percha a tiempo de ver un pollito diminuto y arrugado que asomaba la cabeza por entre las cenizas. Para mi gusto, era igual de feo que el antiguo.

     -Es una pena que lo hayáis tenido que ver el día en que ha ardido -dijo Dumbledore, sentándose detrás del escritorio-. La mayor parte del tiempo es realmente precioso, con sus plumas rojas y doradas. Fascinantes criaturas, los fénix. Pueden transportar cargas muy pesadas, sus lágrimas tienen poderes curativos y son mascotas muy fieles.

     Con el susto del incendio de Fawkes, había olvidado del motivo por el que se encontraba allí, pero lo recordó en cuanto Dumbledore se sentó en su silla de respaldo alto, detrás del escritorio, y fijó en él sus ojos penetrantes, de color azul claro.

Lilianne y la Cámara de los SecretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora