Capítulo 11

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En la punta de la lengua

     No podía decir nada de esto a Chris. Tenía la confianza plena puesta en su amiga, y nada le podría hacer cambiar de opinión. Era lo mismo que pasó con el trío de oro y sus sospechas de Snape, nada les cambió de opinión hasta que lo vieron por si mismos. Y yo necesitaba a alguien que viera imparcialmente.

     Pero algo era seguro, Ginny estaba metida en algo, y su cara pálida me decía que más de una culpable parecía una víctima. 

     En marzo algunas mandrágoras montaron una escandalosa fiesta en el Invernadero 3. Esto puso muy contenta a la profesora Sprout.

     -En cuanto empiecen a querer cambiarse unas a las macetas de otras, sabremos que han alcanzado la madurez -me dijo-. Entonces podremos revivir a esos pobrecillos de la enfermería.

     Al parecer, todos pensaron que las agresiones habían acabado y el malo se había retirado, por lo que todo estaba más tranquilo, los Slytherin no se pavoneaban tanto y a mi me jodían menos la existencia. Todo bien.

     Durante las vacaciones de Semana Santa, los de segundo tuvimos algo nuevo en que pensar. Había llegado el momento de elegir optativas para el curso siguiente, una decisión muy sería. Todas eran importantes y afectarían a mi futuro. Chris quería que lo escogiera al Pito, Pito Colorito, pero me decanté por elegirlas todas. Ya me las apañaría para cursarlas o algo.

     Los de primero no estaban tan estresados, y eso lo podía comprobar con Chris, la cual aprendía rápido todo lo que le explicaba. Si en ese momento le hicieran los exámenes, aprobaría siguiendo mis pasos. Era una genio, pero había que motivarla. 

     Ginny, por otro lado, se encontraba últimamente igual de perdida. Parece que deshacerse del diario del prefecto estaba haciendo efecto, pero muy lento. Al menos no había empeorado. Aún se encontraba un poco ida, y más de una vez la vi observando a las gallinas de Hagrid. En eso momentos le tocaba el hombro para que se levantara y sin dirigirnos la palabra me seguía hasta el árbol al lado del lago. 

     Yo sacaba la flauta de madera, Chris practicaba hechizos y la pelirroja abría la boca de vez en cuando en mi dirección, pero nuca dijo nada. Me evitaba la mirada. Solo eramos las tres en un cómodo silencio.

     A veces se apuntaba Luna, quien leía "El Quilloso" en una soñadora voz, un periódico diferente a los otros. A veces me hacían rodar los ojos por lo que ponía, pero nunca está de más saber todos los puntos de vista de la gente.

     -Oye chicas, tengo una pregunta -dijo una vez Chris-. ¿Porqué los dinosaurios no pueden taparse la nariz? Es que el otro día se lo escuché a un Hufflepuff, pero no oí la respuesta.

     -Porque no les hará falta, supongo -frunció el ceño la Gryffindor.

     -Porque tienen los brazos cortos -propuso la Ravenclaw.

     -Porque están muertos -contesté yo con mi obviedad de Slytherin.

     Supongo que ese día fue un ejemplo claro de estereotipos de la casa.

     Una noche Ginny volvió a su estado. Estaba nerviosa, y se mordía mucho las uñas. Se me acercó, pero pareció cambiar de opinión y simplemente me preguntó la hora. Podría estar relacionado con que en dos días sería el partido de Gryffindor contra Hufflepuff, donde el futuro de la copa se decidiría. Pero no estaba de todo segura. 

     Estaba mirando una mancha de tinta que había salpicado simulando la sombra de una bola de pelo cuando recordé algo: una araña. Entonces quería golpearme. Todo el lío de Myrtle me desvió del camino principal. Yo iba a ver a Hagrid.

Lilianne y la Cámara de los SecretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora