Capitulo 4

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Capítulo IV

Los Ángeles es una ciudad preciosa

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Los Ángeles es una ciudad preciosa. Está repleta de espacios verdes y coloridos establecimientos. El bullicio de la gente me acoge en un futuro incierto y prometedor. La calidez del sol me arropa con familiaridad y me permito respirar con tranquilidad.

He alquilado un apartamento en la zona vieja de la ciudad, es económico, pequeño y ajustable a mi presupuesto. Me siento libre, expectante y abierta a mi nueva vida. Un porvenir de ilusiones y sueños por cumplir.

Me detengo en un pequeño establecimiento con la esperanza de acompañarme de un buen café y la negrura de la tarde. Extiendo el papel periódico sobre los bancos y me detengo en el encabezado de empleadores.

Mi nombre es anunciado por el altavoz y me pongo de pie con entusiasmo para recoger mi encargo. La joven detrás del mostrador me dedica una sonrisa afable y extiende un pequeño vaso de cartón en mi dirección.

La efusividad del momento se disipa a la par que el contenido caliente se vierte sobre mí dejándome completamente empapada.

- ¡Oh Dios!, lo siento tanto. Déjame ayudarte.- Una bonita voz desvanece la alerta de mi cuerpo y la tensión del momento. Dejo de sacudir mi camiseta para toparme con un par de bonitos ojos celestes que me observan con ternura y preocupación plasmada en el rostro.

- No te preocupes ha sido un accidente, tranquila. No pasa nada.- Reitero acongojada con el estómago revuelto. Era el único café que podía permitirme por ahora.

- Sí que pasa, te he tirado el café encima.- Me señala con obviedad y tira de mi brazo de vuelta al establecimiento.- Justo voy dentro, déjame comprarte otro.- Insiste.

- No es necesario, de verdad. Puedo comprarme otro, no...

- Anda que sí lo es.- Interrumpe.- no me hagas ponerme de rodillas mujer. Ha sido mi culpa, dejame compensarlo y nos conocemos un poco ¿Te apetece? he notado que no eres de por aquí, me gustaría ser tu amiga.- Concluye y el sonrojo trepa por mi rostro coloreandome las mejillas.

- Coge una mesa fuera, te alcanzo allí.- Muevo la cabeza en asentimiento y me dirijo hacía mi lugar anterior. Algo se remueve en mi pecho ante la idea de una amiga en un lugar tan grande y desconocido para mí. Aspiro profundamente y me concentro en la pelinegra que pronto toma asiento frente a mí.

- No me he presentado antes, me llamo Jimena.- Sonríe con naturalidad depositando un café nuevo y humeante sobre la mesa.

- Meredith.- Respondo atenta, devolviendo un atisbo de sonrisa. Tomo un sorbo discreto y me regocijo en el calor de la bebida.

Jimena Montenegro es una mujer muy agradable, lidera una importante firma en un despacho jurídico dedicada a proteger mujeres violentadas.  Es amable y muy inteligente. Me sorprendo de congeniar de inmediato con una total desconocida. Tenía que aprender a relajarme y dejarme ir, confiar poco a poco en los demás. A pesar de la negativa que albergaba en mi cabeza y el retinente desasosiego, me encuentro segura y envuelta en la confianza que desprende. Pronto los dialogos pequeños y respuestas cortas se convierten en un cúmulo de risas y amena compañía.

- Has escogido un buen lugar, el banco, el café, Los Ángeles. Te irá bien aquí.- Comentó visiblemente entusiasmada.- Bienvenida a la ciudad de las estrellas.- Sorbió el té de hierbas y ladeo la cabeza en dirección al papel arrugado olvidado en el fondo de la mesa. -¿Trabajo? ¿Buscas trabajo?.- Preguntó sorprendida. Asentí con rapidez.

- Llegué hace poco, intento establecerme.- Respondí.

- ¡Vaya eso es increíble!, Están buscando un asistente de oficina en el despacho en el que trabajo, ¿te interesa?, puedo recomendarte...

- ¡Muchisimas gracias!- Resolví efusiva.- por el café, la compañía y la oportunidad. Me devuelve la sonrisa con premura y coloca una pequeña tarjeta de presentación con el encabezado Despacho Jurídico Solera frente a mí. Toma mi mano entre las suyas y se despide con la promesa de encontrarnos al día siguiente en el Jurídico. Me coloco el abrigo sobre los hombros y me echo de vuelta a casa. Después de tanto, la vida comienza a sonreírme.

Ni  el altisonante ruido del despertador, el chorro de agua fría o el sabor amargo del único té de hierbas en el almacén fueron capaces de ofuscar la sensación de alivio y fortuita felicidad esta mañana

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Ni el altisonante ruido del despertador, el chorro de agua fría o el sabor amargo del único té de hierbas en el almacén fueron capaces de ofuscar la sensación de alivio y fortuita felicidad esta mañana.

Con el corazón en un puño palpitante de esperanza, me encontré frente al edificio de altos cristales con el logo jurídico impreso en la parte alta del rascacielos. Me concentro en mi respiración y evoco un futuro próspero repleto de nuevas amistades, logros profesionales y cuando todo el dolor haya mermado, la ilusión de un nuevo amor.

La emoción se atasca en mi corazón con fuerza, las constantes descargas en mi pecho me alientan al descubrimiento de una realidad perfecta, lejos de todo lo que conocí, una vida nueva.

La bruma de mis pensamientos es interrumpida de manera abrupta por el sonido chirriante de un claxon que perfora mi cabeza. Había estado tan ensimismada en mis pensamientos que no advertí en mirar hacia los lados antes de cruzar la calle que me separaba de mi lugar de destino. Me apresure a echarme hacia atrás con el corazón golpeándome con fuerza en el pecho. Una sensación de terror se instala en mis huesos, castigándome mentalmente por haber sido tan imprudente, me quedo muda, férrea.

De pronto, todo sonido enmudece. Una ligera capa de agua empaña mis ojos y comienzo a temblar. Caigo de rodillas contra el suelo lastimándome las rodillas con el desnivel del pavimento, pequeñas piedrecillas irregulares se clavan en las palmas de mis manos arrancándome un jadeo de dolor.

El chirrido de los neumáticos al detenerse y el constante eco de zapateo cobran sentido en el fondo de mi cabeza.  Alguien ha tomado de mis muñecas y me obliga a mantenerme de pie. Murmura algo inteligible y yo me concentro en las gotitas de sangre sobre mis rodillas. El sonido y los bullicios externos poco a poco van cobrando sonoridad. Un par de manos cálidas solapaban mis mejillas acariciándome de arriba a abajo con calidez, con ternura.

- ¿Puedes escucharme?, ¿Te he hecho daño?.- Mantengo la vista fija hacia abajo genuinamente confundida, las rodillas me escuecen un montón ¿Qué no se ha fijado?.- ¿Como se te ha ocurrido cruzar así? ¿A dónde ibas con tanta prisa?.- No puedo escucharle, no con atención. Mi ficha de trabajo, joder, mi cartera, ¿Dónde están mis cosas? No no no. Un jadeo de angustia abandona mi pecho y me revuelvo para liberarme.

Palabras y sílabas inconexas dejan mis labios incapaces de formular una oración en concreto. Las grandes manos sobre mi rostro se aprietan con mayor fuerza frenando mis movimientos. Me sacude ligeramente por los hombros obligándome a mirarle a los ojos. El aire se atasca con fuerza en mi garganta y me olvido de como respirar. El mareo me recorre de la punta de los pies a la cabeza y me aferro a su chaqueta cuando me siento tambalear. Tienes que estar jodiéndome. Esto no puede estar pasando, no a mí, no aquí, no otra vez, es imposible. Mi rostro se contrae por la sorpresa y un atisbo de alarma me congela en mi sitio. Tengo que estar soñando.

El hombre que me sostiene afloja su agarre al punto de trastabillar. Me repongo de manera inmediata y antes de poder echarme a correr me sonríe con frescura tomando un mechón rebelde de cabello que se me ha escapado entre sus dedos, sus ojos brillan divertidos firmando el declive de mi injusta sentencia y el último palpitar de mi corazón.

- Tú...

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