Capitulo 5

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Capítulo V

Sorteo el líquido ambarino paseando la copa entre los dedos, no negaría el hecho de sentirme completamente frustrado

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Sorteo el líquido ambarino paseando la copa entre los dedos, no negaría el hecho de sentirme completamente frustrado. Presiono los labios con fuerza. ¡Un jodido minuto! un jodido instante ha bastado para perderle de vista nuevamente. En un ruido sonoro me dejo caer con fuerza en el asiento frente al escritorio.

Me sorprende la capacidad que tiene para escurrirse entre mis dedos y me reprendo mentalmente. Era ella, la novia fugitiva. Pero... ¿Y si estaba alucinando? sí el desconcierto y el recuerdo de sus bonitos ojos tristes que me persiguen en sueños me ha hecho... ¿Trastabillar?, Llevo cavilando la espera y el encuentro de volverla a ver desde que dejé San Cristóbal a la mañana siguiente. Pero esto no es San Cristóbal.- Me recuerdo.-, estoy en Los Ángeles, cientos y cientos de kilómetros en retrospectiva. Me desarmo pensando que todo ha sido una mala pasada de mi imaginación, que el deseo y la culpa a partes iguales aunada a mi ansiada necesidad me han hecho una mala jugada.

- Máx,  ¿Estás escuchándome? o solo llevo el rollo yo sola y me he gastado los últimos quince minutos perdiendo tu atención.

- Joder Mena, ya te lo he dicho antes. No necesito ninguna secretaria, me las arreglo perfectamente bien yo solo.- Aseguré molesto.

- Asistente personal.- Me corrige.- y no es que no seas lo suficientemente eficiente.- Argumenta.- Es que de verdad necesita el trabajo y tu necesitas aligerar un poco tu humor de perros, un poco de ayuda no te vendría mal, por favor,  ¿Podrías hacerlo por mí?...

- Me parece que te estas aprovechando de tu posición.- Afirmé- ¿Por qué es tan importante para ti?, apenas le conoces.

- A mi me parece que estás cediendo.- Insinuó.-  soy tu mejor amiga Max confia en poco más en mí.- Una sonrisa triunfante tiro de sus labios y se abalanzó sobre mí en un abrazo efusivo.

- Dos semanas Mena, si no me gusta tu misma te encargas de echarla de aquí.- Zanjé.

Soltó un pequeño grito de victoria y se apresuró hacia la puerta.

- Debe estar por llegar, te prometo que no vas a arrepentirte.- Se enorgulleció.

Asentí contrariado, inseguro de sí debía hacer aquello. Desistí al tratar de convencerla, no tenía caso. La puerta se cerró de golpe para volver a abrirse casi de inmediato. El corazón se me estrujó en el pecho cuando la vi. Iba vestida igual que esta mañana. Sus ojos se abrieron con sorpresa cuando Jimena le dio un empujoncito por la espalda para adentrarla en el despacho. Llevaba el cabello lacio cayéndole sobre el escote, y un bonito vestido amarillo ajustándose como una segunda piel a su exquisita figura. Las cosquillas picaron sobre las palmas de mis manos. Necesitaba tocarla. Sonreí en complicidad. Era ella y era totalmente real.

Sus bonitos ojos ocres me miraron con incredulidad paseando la mirada nerviosa entre la puerta y mi persona, cavilando una huida perfecta. Al verse completamente atrapada en la habitación me deleite con su bonita figura ceñida en un modesto pero sensual atuendo amarillo. Joder, era tan bonita. Su mirada se empaño tan pronto cruzó con la mía y un brillo de terror se instaló en su mirada.

¡Joder! ¿Tan feo era? ¿Tan desagradable le resultaba? Apreté los puños conteniendo la respiración en un hosco suspiro.

- Cre.. creo q... que esto ha sido un error. Te lo agradezco muchísimo Jimena pero no creo que este sea empleo para mí.- Contrarió, alisando su vestido con nerviosismo.

- Tonterías, no estes nerviosa. El es Maximiliano, Max ó Maxi como quieras llamarle, yo le llamo Maxito pero ya depende de como tu te sientas más cómoda.- Aligeró la pelinegra sin ser consciente de la situación inicial.- Fruncí el ceño en desacuerdo con el diminutivo. Su puto chiste personal.

Jimena sigue desvariando y yo me mantengo perdido en el ángel que me evita con naturalidad.  Su pecho se eleva con rapidez dejándome saber que está nerviosa, atenta.  Me escabullo de las presentaciones y me acerco con rapidez tapándole la salida colocando mi mano sobre el picaporte de la puerta echando el cerrojo con sonoridad. Su cuerpo se tensa en demasía y me inquieto ante la rigidez de su espalda. Mis manos pican por tocarla, se echa hacia atrás antes que pueda alcanzarla tropezando con el tapete de la entrada, me apresuro a tomarla por la cintura antes de que caiga de lleno contra el piso. Sus ojos me observan con sorpresa, un segundo después se ha desvanecido entre mis brazos.

Jimena suelta un grito de asombro y me alarmo de inmediato.

- Llama a un médico inmediatamente.- ordeno con brusquedad.- La pelinegra me observa inmóvil, conmocionada.-  ¡Ahora!.- Suelto, perdiendo la paciencia.

Escucho sus pasos perderse por el pasillo. Me concentro en la mujer inconsciente en mis brazos, colocó una mano por debajo de sus rodillas y con la otra la sostengo por la espalda pegándola de forma protectora contra mi pecho, con cuidado la elevo y la deposito en el sillón del despacho, es tan liviana que me permito acomodarla con facilidad.

- Ángel ¿Que te pasa? ¿Que tienes?.- Me cuestiono al momento que la reviso con rapidez buscando una herida palpable. Jimena regresa con vaso en una mano y un recipiente con azúcar en la otra.

- ¡Dios¡, Max ¿Que ha pasado?.- Pregunta asustada.

- Joder Mena no lo sé, la he golpeado con el auto esta mañana, me aterra haberla lastimado.- Confieso atropelladamente.

- ¿La golpeaste?.- Reitera aterrorizada llevándose las manos al rostro.

- ¡No la he visto!, se ha atravesado de la nada, intenté ayudarla pero huyó, se fue corriendo.  ¿Dónde carajos está el médico?.- Estoy apunto de perder la cabeza.

El terror me carcome y la culpa se instala en mi pecho. La pelinegra le recorre el cuerpo en búsqueda de un golpe visible haciéndome a un lado con fuerza. Temiendo que le haga más daño. Me paso las manos por el pelo con frustración, como no despierte en este jodido instante voy a llevarla a una clínica.

Mena me observa con el semblante abatido y desvía la mirada hacía sus piernas captando mi atención. Por debajo del vestido hay dos grandes raspaduras en sus rodillas y un cúmulo de sangre seca se adhiere como segunda piel. El estómago se me encoje a la par llevando las puntas de mis dedos cuidadosamente sobre la piel herida. Mi bonita comienza a removerse y el corazón se me achica cuando la descubro mirándome con los ojos empañados y se me retuerce cuando un sollozo contenido abandona sus labios.

¿Por qué me tienes tanto miedo?

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